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28 de marzo de 2021

#DailyLine (ADELANTO) Libro 9. El regreso de la Cerda Blanca

Fuente/Source: Diana Gabaldon

 


 

 

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Era uno de esos bonitos días del principio del otoño, cuando el sol brilla y calienta cuando está en su cénit, pero que refresca al atardecer y amanecer, y las noches son lo suficientemente frías como para que un buen fuego,  una manta gruesa y un buen hombre con suficiente calor corporal a tu lado en la cama, sean más que bienvenidos.

El buen hombre en cuestión se estiró, gimiendo, y se relajó en el lujoso descanso con un suspiro, con su mano en mi muslo. Palmeé su mano y rodé hacia él, desalojando a Adso, que se había colocado a los pies de la cama, y saltó como un resorte ante la incomodidad de que no permaneceríamos quietos por el momento. 

"¿Qué has estado haciendo hoy, Sassenach?" me preguntó Jamie acariciándome la cadera. Sus ojos estaban entrecerrados, por el placer somnoliento del calor, pero estaban centrados en mi rostro.

"Oh, Dios..." el amanecer parecía que quedaba hacía un siglo, y me relajé cómodamente entre sus manos. "Tareas, la mayor parte del tiempo.... pero un hombre llamado Herman Mortenson vino desde Woolam Mill a última hora de la mañana para que le hiciera una punción en la base de su columna y la limpiara; No había olido algo tan desagradable desde que Bluebell rodó en el cadáver de un cerdo podrido. Pero bueno..." añadí,  pensando que no era la conversación más placentera para un reencuentro en una noche de otoño. " Pasé la mayor parte de la tarde en el jardín, arrancando arbustos de cacahuete y recogiendo las últimas judías. Y hablando con las abejas, por su puesto".


"¿Tenían algo interesante que contarte, Sassenach?" La caricia se había convertido en una especie de masaje en mi trasero, que tuvo el efecto de que arqueara mi espalda y presionara mi pecho ligeramente contra su pecho. Utilicé mi mano libre para aflojarme el camisón, subir un seno hacia arriba y frotar mi pezón contra el suyo, lo que provocó que agarrara mi trasero susurrando algo en gaélico.

"Y, mmmm ¿cómo fue tu día?" pregunté desistiendo.

"Sí vuelves a hacer eso, Sassenach, no respondo de mis actos", dijo frotando su pezón como si le hubiera picado un mosquito grande. "Y sobre lo que hice, construí una nueva puerta para la pocilga. Hablando de cerdos..."

"Hablando de cerdos...." repetí lentamente. "Um... ¿entraste en la pocilga?".

"No. ¿Por qué?" su mano se movió un poco más abajo, rodeando mi nalga izquierda.

"Se me olvidó contártelo, como te fuiste a Tennessee para hablar con el Sr. X y el Coronel y no estuviste durante cuatro días. Yo subí...". La pocilga era una pequeña cueva excavada en la piedra caliza,  muy por encima de la casa- hace una semana, para recoger un jarro de trementina  que había dejado allí del desparasitado, y ¿sabes la curva que hace la cueva a la izquierda?"

Él asintió, fijó los ojos en mi boca como si leyera mis labios. 

"Bueno, giré la esquina y allí estaban".

"¿Quiénes?

"La mismísima cerda Blanca, con lo que imaginé serían sus dos hijas o nietas... Las otras no eran blancas, pero tenían que estar relacionadas con ella porque las tres tenían el mismo tamaño- inmensas".

El promedio de altura de un cerdo salvaje es de unos cuatro pies hasta el hombro y unas doscientas libras de peso. La Cerda Blanca no era una cerda salvaje, pero era el producto de una línea de cerdos domésticos que se dedicaban al engorde, y que era más antigua, más codiciosa y más feroz que la salvaje, y aunque no era tan buena como Jamie para calcular el peso del ganado, calcularía que pesaba unas trescientas libras sin dudarlo. Sus descendientes no eran mucho más pequeñas.


[Excerpt from GO TELL THE BEES THAT I AM GONE, Copyright 2020 Diana Gabaldon. Thanks for the Very Vivid Big Black Bumblebee photo from Erin Maeve!]





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