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29 de marzo de 2021

#DailyLine (ADELANTO) Libro 9. Simulacros de caballería

Fuente/Source: Diana Gabaldon


 () se había ofrecido a levantarse temprano -muy temprano- para preparar la enorme cantidad de gachas y brose para la milicia. El tibio y cremoso aroma subió por las escaleras y me despertó como una suave mano en la mejilla. Me estiré con pereza en la cama tibia y me di vuelta, disfrutando la imagen de Jamie, piernas largas como una cigueña y completamente desnudo, inclinado sobre el lavatorio para mirarse en el espejo mientras se afeitaba a la luz de la vela. El amanecer no era más que el desvanecimiento de las estrellas fuera de la oscura ventana.

"¿Te estás engalanando para la pandilla?" pregunté. "¿Piensas hacer algo formal con ellos esta mañana?"

"Sí, simulacros con los caballos. Hoy solo serán los jinetes. Con Arbol Alto, tendremos veintiuno". Me sonrió desde el espejo, sus dientes tan blancos como el jabón para rasurarse. "Los suficientes para una redada de ganado".

"¿Cyrus puede montar?" Eso me había sorprendido; los Crombie, Wilson, MacReady y Geohagen eran todos campesinos pescadores que habían venido -solo Dios sabía en qué circunstancias- a nosotros desde Thurso. Estaban, en su mayoría, abiertamente aterrados por los caballos, y casi ninguno de ellos podía montar uno.

Jamie movió la navaja cuello arriba, estiró la cabeza para evaluar los resultados, y se encogió de hombros. 

"Lo averiguaremos".

Enjuagó la navaja, la secó en la toalla y usó la misma para secarse el rostro.

 "Si quiero que se tomen las cosas en serio, Sassenach, es mejor que ellos crean que son capaces".

(Fin de la sección)

El cielo había comenzado a aclararse, pero aún estaba oscuro y solo un puñado de hombres estaban reunidos cuando Cyrus Crombie llegó colina abajo saliendo de entre los arboles. Los hombres lo miraron con sorpresa, pero cuando Jamie le dio la bienvenida, todos asintieron y murmuraron Maddain math o gruñieron en reconocimiento. 

"Aquí, muchacho" dijo Jamie, colocando una taza de madera con brose caliente en la mano de Arbol Alto. "Calienta el estómago, y luego ven a conocer a Matilda. Le pertenece a Frances, pero la muchacha dice que está dispuesta a prestarte la yegua hasta que podamos encontrarte tu propio caballo".

"¿Frances? Oh. Yo... yo... se lo agradezco". Arbol Alto brilló un poco y miró de reojo y con timidez hacia la casa, y luego hacia el caballo. Matilda era una yegua grande, robusta y de espalda ancha, y de un temperamento gentil.

También había llegado el joven Ian, con pantalones de gamuza y chaqueta, su cabello amarrado en una coleta que le caía por la espalda. Echó una mirada al grupo de hombres, asintiendo con la cabeza, luego vino por su propia taza de brose, levantando una ceja en dirección de Cyrus.

"Arbol Alto se unirá a nosotros, a bhailach", dijo Jamie de manera casual. "¿Le mostrarías la manera de hacerlo, colocar la montura y la brida de Matilda, mientras digo a los hombres qué es lo que haremos hoy?"

"Sí", contestó Ian, tragando el caliente caldo de cebada y exhalando una nube de vapor blanco. "¿Y qué es lo que haremos hoy?"

"Similacros de caballería". Esta revelación hizo que Ian arqueara ambas cejas y mirara por sobre su hombro al grupo de hombres, que lucían exactamente como lo que eran, campesinos. Todos eran dueños de caballos, y eran capaces de cabalgar desde Salem hasta el cerro sin caerse del mismo, pero más allá de eso...

"Simulacros de caballería simples", aclaró Jamie. "Cabalgar despacio".

El joven Ian miró pensativo a Cyrus, de pie y prestando ansiosamente atención.

"Sí" dijo. Y se persignó. 

 

Gracias a Alison Hawkworth por las preciosas abejas en una flor de magnolia.

#DailyLine (ADELANTO) Libro 9. Lecciones de Entomología

Fuente/Source: Diana Gabaldon

1/2/2021

 

William encontró a Moira, la cocinera, en la huerta cercana a la cocina, extrayendo cebollas de primavera. Ella hablaba con Amaranthus, que evidentemente también estaba cosechando; llevaba una canasta que contenía grandes racimos de uvas y unas cuantas peras del pequeño árbol que crecía cerca de la cocina. Con un ojo puesto en la fruta, caminó hacia las mujeres y les deseó un buen día. Amaranthus lo miró de arriba a abajo, inhaló como tratando de juzgar su estado de intoxicación en base a su olor, y con una sacudida imperceptible de la cabeza le alcanzó una de las peras maduras.

"¿Café?" preguntó esperanzado a Moira.

"Bien, no le diré que no hay", dijo dudosa. "Es lo que ha sobrado de ayer, y lo suficientemente fuerte para quitarte el brillo de los dientes".

"Perfecto", le aseguró, y mordió la pera, cerrando los ojos mientras el delicioso jugo inundaba su boca. Los abrió y se encontró con Amaranthus, de espaldas a él, agachada contemplando algo en el suelo entre los rabanillos. Llevaba puesta una fina bata sobre su camisón, y la tela se estiraba pulcramente sobre su muy redondeado trasero. 

De repente ella se puso de pie, y William inmediatamente dirigió la mirada al punto que Amaranthus había estado observando y dijo "¿Qué es eso?", aunque personalmente él no veía más que tierra y hojas de rabanillos.

"Es un escarabajo pelotero", le dijo mirándolo de cerca. "Son muy buenos para la tierra. Hacen pequeñas bolas de excrementos y se las llevan rodando".

"¿Qué hacen con ellas? Con las... bolas de excremento, quiero decir".

"Las comen" dijo, y se encogió de hombros. "Entierran las bolas para preservarlas, y luego las ingieren cuando lo necesitan, o a veces se reproducen dentro de las más grandes".

"Qué... acogedor. ¿Has tomado ya el desayuno?" preguntó William con una ceja levantada.

"No, aún no está listo".

"Yo tampoco he desayunado", dijo poniéndose de pie. "Aunque tengo menos hambre luego de que me contaras eso". Le dio una mirada a su chaleco. "¿Tengo algún escarabajo pelotero bordado en este ensamblaje tan noble?"

Eso la hizo reír.

"No, no tienes" le dijo. "No es tan colorido".

Amaranthus estaba de repente parada muy cerca suyo, aunque William estaba seguro que no la había visto moverse. Ella tenía ese extraño truco de aparecer de la nada, era desconcertante, e intrigante. 

"Ese verde brillante" le dijo, apuntando un largo y delicado dedo hacia su parte media. "Es un escarabajo de la hoja de Apocynum cannabinum y su nombre es Chrysochus auratus.

"¿De veras?"

"Sí, y esta adorable criatura de nariz alargada es un escarabajo picudo".

"¿Una cochinilla?"

"No. Un escarabajo picudo", dijo, tocando al escarabajo en cuestión. "Son una especie de gorgojo, pero sólo se alimentan de totoras, o de maíz joven".

"Una dieta muy variada".

"A menos que seas un escarabajo pelotero, entonces tienes cierta elección en lo que comes", le dijo sonriendo. Ella tocó a otro de los escarabajos, y William sintió un pequeño pero notable escalofrío en la espalda. "Bien, aquí" dijo ella, con un pequeño pero distintivo golpecito del dedo, "tenemos al escarabajo esmeralda taladrador de fresnos, un escarabajo tigre y el falso escarabajo de la patata".

"¿Qué aspecto tiene el verdadero escarabajo de la patata?"

"Casi igual. Es llamado falso porque mientras que se comería las patatas en un santiamén, en realidad prefiere la ortiga de Bull".

"Ah". Pensó que debía expresar interés en el resto de las pequeñas criaturas que ornamentaban su chaleco, con la esperanza de que ella continuaría tocándolas. Estaba abriendo la boca para preguntar sobre una cosa color crema con cuernos, cuando ella dio un paso atrás, para poder mirarlo a la cara.

"Escuché a mi suegro hablar con Lord John sobre ti" le dijo.

"¿Oh? Espero que hayan pasado un buen momento haciéndolo" dijo, sin importarle demasiado.

"Quiero decir, hablando de falsos escarabajos de las patatas" dijo ella. William cerró los ojos un momento, luego los abrió y la miró. Ella estaba perfectamente sólida, sin vacilar en lo más mínimo. 

"Sé que estoy un tanto ebrio", le dijo de manera cortez. "Pero no creo parecerme a ningún escarabajo de las patatas, a pesar de la opinión de mi tío".


 

Gracias a Yolande Torjman por la hermosa foto de las abejas en las flores de un limonero.



#DailyLine (ADELANTO) Libro 9. Fanny

Fuente/Source: Diana Gabaldon

 

El primer piso ya contaba con paredes del lado exterior, pero la mayor parte del interior eran solo vigas de madera, que le daban al lugar un placentero aire informal, mientras caminábamos alegremente  a través de las esqueléticas paredes. 

Mi consulta no tenía cubiertas para sus dos grandes ventanas, tampoco tenía puerta, pero sí tenía paredes interiores, aunque sin enyesar, una larga mesada con dos estantes sobre ella, para mis botellas e instrumentos, una mesa de pino alta y ancha (lisa porque yo misma me había encargado de lijarla, para proteger a mis futuros pacientes de astillas en sus traseros) para los exámenes y cirugías, y una banqueta alta en la que me sentaría para realizar todo esto. 

Jamie y Roger habían comenzado con el techo, pero de momento solo había vigas sobre mi cabeza, con parches de lona marrón descolorida y mugrienta (rescatadas de una pila de carpas militares decrépitas en un almacén de Cross Creek) que brindaban un verdadero refugio contra los elementos.

Jamie me había prometido que el segundo piso -y el techo de mi consulta- se construirían dentro de la semana, pero de momento tenía un gran bol, un orinal chasqueado de latón y el brasero sin encender ubicados en lugares estratégicos para atrapar las goteras. Había llovido el día anterior, miré hacia arriba para asegurarme de que el agua acumulada en la lona no empezara a gotear antes de tomar mi diario donde escribía sobre los casos del día, envuelto en una tela engrasada. 

"¿Qué ez -es- eso?" me preguntó Fanny al verlo. La había puesto a trabajar, recolectando las cáscaras secas de cebollas de una cesta llena de ellas para hervirlas y así obtener tintura amarilla. Estiró el cuello para ver, teniendo cuidado de mantener sus dedos con olor a cebolla alejados. 

"Es el diario donde escribo sobre los casos que trato", dije, con cierta satisfacción por el peso del mismo. "Escribo los nombres de las personas que vienen a mi con dificultades médicas, describo la condición de cada uno, y luego escribo qué fue lo que hice o les receté, y si funcionó o no".

Fanny miró el libro con respeto, e interés.

"¿Siempre mejoran?"

"No", admití. "Me temo que no siempre, pero muy frecuentemente sí lo hacen. Soy un médico, no un escalador (1)", cité, y reí, antes de recordar que no era Brianna con quien estaba hablando.

Fanny se limitó a asentir seriamente con la cabeza., evidentemente dejando de lado este trozo de información.

Tosí.

"Eh, eso fue una cita de un doctor amigo, llamado McCoy. Creo que la noción general es que no importa cuán hábil sea una persona, cada habilidad tiene un límite, y es un buen consejo que uno se dedique a hacer aquello en lo que es bueno". 

Asintió nuevamente con la cabeza, los ojos fijos con interés en el libro.

"¿Crees... que podría leerlo?" preguntó con timidez. "Sólo una página o dos", añadió apresurada.

Dudé un momento, y coloqué el libro sobre la mesa, lo abrí, y recorrí las páginas hasta dar con la que mencionaba un tratamiento con unguento de arándano para la malaria de Lizzie, ya que no tenía corteza de jesuita. Le había mencionado a Roger sobre esta necesidad, pero hasta ahora no habíamos logrado conseguirlo. Fanny me había escuchado mencionar esta situación a Jamie, y los recurrentes ataques de Lizzie eran conocidos en el Cerro Fraser.

"Sí, puedes -pero sólo las páginas hasta este marcador". Tomé una pluma negra de cuervo y la coloqué al lado del lomo del libro, en la página sobre Lizzie.

"Los pacientes tienen derecho a la privacidad", le expliqué. "No debes leer sobre gente que son nuestros vecinos. Pero estas primeras páginas hablan sobre gente que traté en otros lugares y -mayoritariamente- hace mucho tiempo atrás".

"Lo prrrrometo", su curiosidad hacía que enfatizara las erres, y me hizo sonreír. Hacía escasamente un año que conocía a Fanny, pero nunca supe que mintiera, sobre absolutamente nada.

Gracias a Janet Borren Campbell por la fotografía de la abeja.

(1) I'm a doctor not a... es una célebre frase del doctor Leonard McCoy de Star Trek 





#DailyLine (ADELANTO) Libro 9. Orquídeas y Crisantemos

Fuente/Source: Diana Gabaldon


 

John Grey se detuvo en la parte alta de Bay Street a mirar como las nubes de la tormenta se aproximaban rodando desde el río hasta él, cargadas de lluvia negra y parpadeando relámpagos. No era religioso, pero cualquier hombre al que le hubieran disparado en el campo de batalla, y aún más uno que hubiera recibido de lleno la explosión de un cañón, como mínimo se hablaba con Dios. 

"Cuida de Willie, por favor", dijo, con los ojos todavía fijos en el turbulento cielo. Sintió vagamente que debería hacer algún gesto ceremonial, como santiguarse, pero no sabía muy bien cómo hacerlo, aunque no sería por no haber visto a Jamie Fraser hacerlo a menudo. Pensar en Jamie le dio fuerza; probablemente el escocés ya estaba rezando por Willie todos los días siguiendo toda la lista de ritos católicos, aunque Jamie no sabía que en este momento serían necesarias plegarias más urgentes de lo habitual. 

Las primeras gotas de lluvia golpearon el empedrado de la calle, formando marcas del tamaño de la uña de su dedo pulgar. Se ajustó el sombrero contra el viento y buscó refugio. 

El más a mano era la casa de Hal en la Calle (¿Jones?), donde se encontró con su hermano en el salón. Estaba de pie ante la ventana, en pantalones, en mangas de camisa y una bata de seda negra con un enorme dragón chino bordado en rojo y amarillo en la espalda, aparentemente distraído contemplando las gotas de lluvia escurriéndose -bueno, ahora eran como una cascada- por el cristal. 

-¿Qué son las dedaleras?- preguntó, alejándose de la ventana. 

-Flores, creo-. John sacudió las gotas de lluvia de su sombrero y lo colgó en el picaporte de la puerta. -¿Algo así como campanillas, quizás?

-¿Campanillas?- Los ojos de Hal se entrecerraron, mostrando claramente que pensaba que John le estaba tomando el pelo. John elevó ambas manos, con las palmas hacia arriba, como para hacerse perdonar. 

-Sí. Seguro que estás al tanto de los tipos de nombres que se inventan los jardineros. ¿No era Minnie la que no dejaba de hablar de "suspiros de bebé" y "lino de sapo" la última vez que vine a cenar? Estoy seguro de que en un momento dado, habló de campanillas.

Hal reflexionó un momento sobre ello, y luego asintió, la expresión del rostro algo más tranquila. Su esposa Minnie era una jardinera muy dedicada, que poseía una gran terraza interior, un jardín de flores con un estanque y una huerta para uso culinario. 

-Bueno, sí-, admitió, con la sombra de una sonrisa-. ¿Te he dicho alguna vez que la conocí en los invernaderos del Príncipe -bueno, más bien de la Princesa- en Kew?. Es un lugar extraordinario; todo allí lo es, desde los árboles de membrillo hasta unos tipos de orquídeas horriblemente carnosas que huelen a carne podrida. 

-¿La conociste al lado de una orquídea que olía a carne podrida? No me extraña que sucumbiera de forma inmediata a tu innato romanticismo. 

-En realidad, era un crisantemo- dijo Hal de manera ausente, ignorando la pulla-. Había tenido un ataque de asma y me había caído al suelo a sus pies. Ella pensó que me iba a morir, pero no lo hice-. John vio, fascinado,  como el recuerdo cruzaba el rostro de su hermano. Aparentemente, no era un recuerdo plenamente placentero, a pesar de que Minnie formaba parte de él. Quizá pensó de verdad que se estaba muriendo...


EXTRACTO de GO TELL THE BEES I AM GONE, Copyright 2021 Diana Gabaldon. Y muchas gracias a Leslie Chivers por la preciosa foto de una abeja en las flores del ciruelo japonés.






#DailyLine (ADELANTO) Libro 9. La mirada

Fuente/Source: Diana Gabaldon


 Había decidido qué hacer con respecto a (X) unos segundos después de gritarle "¡escocés cabeza dura!" a Jamie, pero la conversación subsecuente con Fanny lo había quitado de mi mente momentáneamente, y entre una cosa y otra, había atardecido para cuando logré dar con Brianna a solas. 

Sean McHugh y dos de sus muchachos más fornidos habían venido en la mañana -con sus martillos- para ayudar a construír el segundo piso; Jamie y Roger habían estado arriba con ellos, y el efecto de 5 grandes hombres armados con martillos era muy similar a un pelotón de pájaros carpinteros con sobrepeso sobrevolando en formación cerrada sobre la cabeza.

Se habían dedicado a ello toda la mañana -haciendo que todo el resto huyera de la casa- pero decidieron detenerse para hacer un almuerzo tardío a orillas del arroyo, y había visto a Bree entrar con Mandy.

 La encontré en los rudimentos de mi consulta, sentada bajo el sol tardío filtrado de la gran ventana, la ventana más grande de la Nueva Casa. Todavía no tenía vidrio -tal vez no lo tuviera hasta la primavera, con suerte- pero el flujo sin obstruír de la luz del atardecer era glorioso, brillando por los nuevos pisos amarillos de madera de pino, el suave color nuez de la falda de Bree, y el fogoso nimbo de su cabello, a medio atar en una larga y suelta trenza.

Estaba dibujando, y observarla tan absorta en el papel amarrado al escritorio posado en su falda, hizo que sintiera una profunda envidia de su don -y no era la primera vez. Hubiera dado cualquier cosa por ser capaz de capturar lo que estaba viendo en este instante, Brianna, bronce y fuego en la profunda y clara luz, con la cabeza gacha mirando a Mandy en el piso, cantando para sí misma mientras construía un edificio con bloques de madera, y las pequeñas y pesadas botellas de vidrio que usaba para tinturas y hierbas secas. 

"¿Qué piensas, mamá?" 

"¿Qué dijiste?" Levanté la mirada hacia Bree, pestañeando, y su boca se curvó en una sonrisa.

"Dije", repitió pacientemente, "¿Qué estás pensando? Tienes esa mirada".

"¿Y qué mirada es esa?" pregunté con cautela. Era sabido entre los miembros de mi familia que yo era incapaz de guardar secretos; que todo lo que pensaba se reflejaba en mi rostro. No era completamente correcto, pero tampoco estaban completamente equivocados. Lo que nunca se les ocurrió, era lo transparentes que eran ellos para mi. 

Brianna movió la cabeza hacia un costado, estrechando los ojos mientras examinaba mi rostro. Sonreí con agrado, estirando el brazo para interceptar a Mandy que corría a mi lado con tres botellas en la mano. 

"No puedes llevar las botellas de la abuela afuera, cariño" le dije, quitándolas con destreza de sus manos regordetas. "La abuela las necesita para colocar medicinas dentro".

"¡Pero voy a atrapar sanguijuelas con Jemmy, Aidan y Germain!"

"No serás capaz de meter ni una sola sanguijuela en el tamaño de esa botella", le dije, mientras me ponía de pie y colocaba las botellas en un estante alto fuera de su alcance. Revisé el estante que estaba debajo y di con un bol con tapa un poco casqueado.

"Aquí tienes, toma este". Envolví el bol con un paño y lo coloqué en el bolsillo de su delantal. "Asegúrate de poner un poco de barro, UN POCO de barro, ¿entiendes? No más de una pizca, y un poco de las algas en las que se encuentran las sanguijuelas. Eso las mantendrá felices".

La miré trotar hacia la puerta, sus negros rizos rebotando, luego junté fuerzas y me di la vuelta para encarar a Bree.

"Bien, si quieres saberlo, estaba pensando en cuánto debería contarte".

Se río con simpatía.

"Esa es la mirada, definitivamente. Siempre tienes el aspecto de una garza mirando el agua cuando tienes algo que no te decides si debes decírselo a alguien o no".

"¿Una garza?"

"Los ojos saltones y atentos", explicó. "Un asesino contemplativo. Un día de estos te dibujaré haciéndolo, para que puedas ver".


Muchas gracias a Linda Silverman Levin por la fotografía de la abeja en el castillo Fraser.

28 de marzo de 2021

#DailyLine (ADELANTO) Libro 9. Ketchup

Fuente/Source: Diana Gabaldon


 "No le diré nada sobre ()", me dijo. Olí con cautela el estofado que había preparado para la cena, pero desistí para poder mirar a Jamie de reojo. 

"¿Y por qué no?"

"Porque si lo hiciera, ella se iría porque creería que eso es lo que quiero, aunque de otra manera no se fuera".

Era probablemente cierto, aunque personalmente no vi nada malo en pedirle algo que Jamie necesitaba que se hiciera. Jamie sí veía algo malo en ello evidentemente, por lo que asentí con la cabeza y le acerqué la cuchara.

"Prueba esto, por favor, y dime si crees que es apto para consumo humano".

Hizo una pausa, con la cuchara a medio camino.

"¿Qué tiene?"

"Tenía la esperanza de que tú pudieras decírmelo. Creo que es venado, posiblemente, pero la Sra. MacDonald no estaba segura; su esposo regresó a casa con él luego de un viaje a las aldeas Cherokee y no tenía piel, y él dijo que había estado demasiado ebrio para preguntar cuando lo ganó en un partido de dados".

Con las cejas levantadas tan alto como le fue posible, olió a tientas, sopló la cucharada de estofado, y lamió un pequeño bocado, cerrando los ojos como un degustador francés, juzgando las virtudes de un nuevo Ródano.

"Hmmm", dijo. Probó un poco más, lo cual era alentador, hasta que finalmente tomó un bocado entero, lo masticó despacio, con los ojos cerrados en concentración.

Finalmente tragó, y abriendo los ojos dijo "Necesita pimienta. ¿Y tal vez un poco de vinagre?"

"¿Para degustar o para desinfectar?" pregunté. Di una mirada rápida al armario, preguntándome si sería capaz de juntar los restos que contenía y preparar una cena de emergencia.

"Degustar" dijo, inclinándose detrás de mi para llenar nuevamente la cuchara. "Es sano de todas maneras. Creo que es alce, pero uno muy viejo y de carne muy dura. ¿No es la señora MacDonald la que cree que tú eres una bruja?"

"Bien, si eso cree, se quedó callada ayer cuando trajo a su hijo más pequeño con una pierna rota. El hijo mayor vino con la carne esta mañana. Era un trozo bastante grande, a pesar de su origen. Puse el resto en el ahumadero, pero tenía olor raro".

"¿Qué es lo que huele raro?" La puerta trasera se abrió y apareció Brianna, cargando una calabaza pequeña y Roger detrás con una canasta de berza del huerto.

Levanté una ceja en dirección de la calabaza, era demasiado pequeña para hacer pastel, y estaba demasiado verde. Brianna se encogió de hombros. 

"Una rata o algo parecido se la estaba comiendo cuando entramos al huerto", dio vuelta la calabaza para revelar las frescas marcas de dientes. Sabía que se echaría a perder si la dejábamos allí, si la rata no volvía a terminar de comerla, por eso la trajimos con nosotros".

"Bien, he escuchado hablar de la calabaza verde frita", dije dubitativa, y acepté el regalo. "Después de todo, esto se está transformando en una cena experimental".

Brianna miró hacia el hogar y olió profundamente, con cautela.

"Huele... comestible", dijo.

"Sí, eso mismo dije", añadió Jamie, dejando de lado la posibilidad de envenenamiento por tomaína. "Siéntate, muchacha. Lord John nos ha enviado una pequeña misiva".

"¿Lord John?" una ceja pelirroja se arqueó, y su cara se llenó de luz. "¡Mi persona favorita! ¿Qué necesita?"

Jamie se quedó mirándola. Se había guardado la carta en el bolsillo; obviamente no iba a dejar que Brianna la leyera.

"¿Por qué piensas que necesita algo?" preguntó con cautela y curiosidad.

Brianna movió su falda a un lado y se sentó, con la calabaza todavía en una mano, extendiendo la otra mano hacia Jamie, con la palma hacia arriba.

"Préstame tu puñal un momento, Pa. Y en cuanto a Lord John, él no se dedica a charlas sociales. No sé qué es lo que quiere, pero he leído demasiadas de sus cartas para saber que no se molesta a menos que tenga un propósito".

Resoplé suavemente e intercambié una mirada con Jamie. Eso era completamente cierto. Está bien, a veces su propósito era advertir a Jamie que estaba arriesgando su cabeza, cuello o testículos en la aventura que sea que Lord John lo haya imaginado envuelto, pero definitivamente tenían un propósito.

Bree tomó el puñal que le ofreció Jamie y comenzó a cortar la pequeña calabaza en rodajas, desparramando grumos brillosos de semillas verdes sobre la mesa.

"¿Y bien?" dijo, concentrada en la calabaza.

"Bien", dijo Jamie, y respiró hondo.

(final de la sección)

La calabaza verde era, en efecto, comestible, y eso era todo lo que podría decir de ella. 

"Le falta ketchup" fue el comentario de Jemmy.

"Sí", asintió su abuelo, masticando con cautela. "Ketchup de nuez, ¿tal vez? ¿O de setas?"

"¿Ketchup de nueces?" Jemmy y Amanda comenzaron a reír a carcajadas, pero Jamie meramente los miró con tolerancia. 

"Sí, pequeños ignorantes" les dijo. "Ketchup es cualquier condimento que pones sobre la carne, no solamente esa pasta de tomate que su madre prepara para ustedes".

"¿A qué sabe el ketchup de nuez?" demandó Jemmy.

"A nueces" dijo Jamie, sin ayudar mucho. "Con vinagre, anchoas y otras cosas más. Silencio ahora, quiero hablar con su madre".


(Muchas gracias a Sylvia Cornette por la espectacular fotografía de la abeja).

#DailyLine (ADELANTO) Libro 9. El silencio de la noche

Fuente/Source: Diana Gabaldon




 

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Excerpt from GO TELL THE BEES THAT I AM GONE, copyright 2020 Diana Gabaldon
 

Brianna y los niños dormían como troncos, tirados en el suelo del desván como víctimas de una plaga repentina, entre barriles de barniz, tinta y pilas de libros y panfletos. A pesar del largo día, la emotiva reunión y la gran cantidad de vino que Roger había bebido se encontraba incapaz de dormirse de inmediato. Todavía podía sentir la vibración de la carreta y las riendas en sus manos, y una especie de hipnosis acechaba en el fondo de su mente, instándolo a caer lentamente en un remolino de arrozales, pájaros, calles empedradas y árboles que se movían como humo en el crepúsculo. Pero se contuvo, queriendo mantener este momento tanto como pudiera.

Destino. El destino, como si pudiera pensar en tal cosa. ¿Tenía la gente normal, la gente corriente, un destino? Parecía presuntuoso pensar que él sí- pero era un ministro de Dios, era precisamente en eso en lo que creía: que toda alma humana tenía un destino, y era su misión encontrarlo y cumplirlo. Justo en ese momento, sintió el peso de la preciosa confianza que tenía, y quiso no dejar que se fuera esa gran sensación de paz que le llenó.

Pero la carne es débil, y sin haber tomado ninguna decisión consciente, se disolvió silenciosamente en la noche, la respiración de su esposa y sus niños dormidos, el fuego apagado abajo y los sonidos distantes de las marismas.


¡Muchas gracias a Kate Davis por esta maravillosa foto de abeja!

#DailyLine (ADELANTO) Libro 9. La bendición de las abejas

Fuente/Source: Diana Gabaldon

 


 

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(Fragmento de Ve y Dile a las abejas que partí , Copyright 2020 Diana Gabaldon. ¡Para celebrar el cumpleaños de Claire Elizabeth Beauchamp Randall Fraser! John Quincy Myers le ha traído a Claire un enjambre de abejas, y le está explicando el motivo por el que debería bendecir a sus nuevas abejas).

 

"Quieta".

"Hágase la voluntad de Dios" terminó, abriendo sus ojos y sacudiendo la cabeza. "¿Eso lo puede todo? ¿decirle a una abeja que esté quieta, por no decir a miles de abejas? ¿Por qué las abejas deberían de hacer caso de algo tan poco educado, pregunto?"

"Debe funcionar" dije. "Jamie ha traído miel de Salem, muchas veces. Quizás sean abejas alemanas. ¿Conoces una bendición más... educada?"

Sus labios se fruncieron dudando y pude vislumbrar uno o dos colmillos amarillos. ¿Podía continuar masticando carne? me pregunté revisando el menú de la cena levemente. Podía cortar la carne de conejo en trozos pequeños y revolverlos con huevo y cebollas picadas.....

"Creo que recuerdo la mayor parte de esta..."

"O Dios, creador de todas la criaturas, bendice esta colmena y hazla productiva.....es correcto, ¿productiva?. Sí, creo que.... productiva nos viene bien. Por la de......bueno, aquí vienen un gran número de santos, pero solo recuerdo a Juan el Bautista- pero si alguien sabe de miel, tú crees que puede ser él, ¿Verdad? Por todo eso de las langostas y la piel de oso- aunque por qué alguien querría hacer eso en un sitio tan caluroso como he escuchado que es Tierra Santa. De todas formas..." sus ojos se cerraron de nuevo, y extendió las manos casi inconscientemente hacia el enjambre, envuelto en una nube voladora de abejas que se movían lentamente.

"Por la intercesión de cualquiera que quiera interceder, escucha nuestras misericordiosas plegarias. Bendice y santifica estas abejas por tu compasión, para que ellas... Bueno" dijo abriendo los ojos y frunciendo el ceño. "Dice fructifica en abundancia" aunque cualquier tonto sabe que es miel lo que quieres que sea abundante. Aún así" los párpados arrugados se cerraron de nuevo contra la luz agonizante, y terminó. "por nuestro bien y el de toda la santa iglesia"

"Hay un poco más" dijo bajando las manos y girándose hacia mí. "pero ese es el meollo de la cuestión. Es decir, que puedes bendecirlas de la manera que quieras. Lo único importante- y debes saberlo ya- es que tienes que hablar con ellas regularmente".

"¿Sobre algo en particular?" pregunté con cautela flexionando mis dedos e intentando recordar si alguna vez había tenido una conversación con mis colmenas anteriores.

Posiblemente, pero no de forma consciente. Como la mayoría de los jardineros, tenía la costumbre de murmurar para mí misma entre las matas y las verduras, maldiciendo a los insectos y los conejos, exhortando a las plantas. Solo Dios sabe lo que debí haber dicho a las abejas a lo largo del camino...

"Las abejas son realmente sociables" me explicó Myers, y sopló a una suavemente del dorso de su mano. "Y son curiosas, y con toda razón, ya que van y vienen intercambiando noticias con su polen. Por lo tanto, cuéntales lo que pasa- si alguien viene de visita, si un nuevo bebé ha nacido, si alguien nuevo ha llegado o se va, o se muere. Si alguien vive o muere" me explicó quitando una abeja de mi hombro. "Si no se lo dices, se ofenden, y todas ellas se irán volando".

Podía ver alguna similitud entre John Quincy Myers y una abeja, en términos de recopilar noticias, y sonreí ante la idea. Me pregunté si se ofendería si descubriera que alguien le había ocultado algún chisme jugoso, pero realmente dudaba que alguien lo hiciera. Tenía una amabilidad que invitaba a la confidencia, y estaba segura de que guardaba secretos de mucha gente.

"En fin". El sol se estaba poniendo rápido, el olor húmedo de las plantas era intenso y los rayos de luz se clavaban entre la empalizada, vívidos entre las sombras susurrantes del jardín. "Será mejor que sigamos, supongo".

Tomando el disparatado ejemplo de John Quincy, estaba casi segura de que podía intentar mi propia bendición. Llenamos los cuatro platos con agua y los pusimos bajo las patas del taburete, para evitar que las hormigas se subieran a la colmena, atraídas por el olor de la miel. Un par de estos voraces insectos estaba ya intentando subir por las patas del taburete y las bajé con el bajo de mi falda- mi primer gesto de protección a mis nuevas abejas.

John Quincy sonrió y asintió con la cabeza mientras me estiraba y le devolvía el gesto. Extendí una mano tentativa a través del velo de abejas que entraba en la colmena, y toqué la suave paja. Puede que fuera mi imaginación, pero sentí una vibración a través de mi piel, justo debajo del umbral del oído, un zumbido fuerte y seguro.

"Oh, Señor" dije- y hubiera deseado saber el nombre del patrón de las abejas, seguramente había uno- "por favor, haz que estas abejas se sientan bienvenidas en su nuevo hogar. Ayúdame a protegerlas y cuidarlas, y haz que siempre encuentren flores. Y... descansen al final de cada día. Amén".

"Muy bien, Sra. Claire" dijo John Quincy, con voz baja y cálida como el zumbido de las abejas.

Salimos, cerrando y asegurando la puerta cuidadosamente, y bajamos fuera de la sombra de la enorme chimenea, a lo largo de la pared este de la casa. Estaba oscureciendo rápido, y el fuego de la cocina se avivó cuando entramos en ella, iluminando a mi familia que esperaba. _Hogar_


Muchas gracias a Julie Ellis por esta bonita abeja.




#DailyLine (ADELANTO) Libro 9. El regreso de la Cerda Blanca

Fuente/Source: Diana Gabaldon

 


 

 

#DailyLines #Veydilealasabejasquepartí #noestáterminadotodavía #oslodirécuantoesté #LeedClanlands #mientrasesperáis

 

Era uno de esos bonitos días del principio del otoño, cuando el sol brilla y calienta cuando está en su cénit, pero que refresca al atardecer y amanecer, y las noches son lo suficientemente frías como para que un buen fuego,  una manta gruesa y un buen hombre con suficiente calor corporal a tu lado en la cama, sean más que bienvenidos.

El buen hombre en cuestión se estiró, gimiendo, y se relajó en el lujoso descanso con un suspiro, con su mano en mi muslo. Palmeé su mano y rodé hacia él, desalojando a Adso, que se había colocado a los pies de la cama, y saltó como un resorte ante la incomodidad de que no permaneceríamos quietos por el momento. 

"¿Qué has estado haciendo hoy, Sassenach?" me preguntó Jamie acariciándome la cadera. Sus ojos estaban entrecerrados, por el placer somnoliento del calor, pero estaban centrados en mi rostro.

"Oh, Dios..." el amanecer parecía que quedaba hacía un siglo, y me relajé cómodamente entre sus manos. "Tareas, la mayor parte del tiempo.... pero un hombre llamado Herman Mortenson vino desde Woolam Mill a última hora de la mañana para que le hiciera una punción en la base de su columna y la limpiara; No había olido algo tan desagradable desde que Bluebell rodó en el cadáver de un cerdo podrido. Pero bueno..." añadí,  pensando que no era la conversación más placentera para un reencuentro en una noche de otoño. " Pasé la mayor parte de la tarde en el jardín, arrancando arbustos de cacahuete y recogiendo las últimas judías. Y hablando con las abejas, por su puesto".


"¿Tenían algo interesante que contarte, Sassenach?" La caricia se había convertido en una especie de masaje en mi trasero, que tuvo el efecto de que arqueara mi espalda y presionara mi pecho ligeramente contra su pecho. Utilicé mi mano libre para aflojarme el camisón, subir un seno hacia arriba y frotar mi pezón contra el suyo, lo que provocó que agarrara mi trasero susurrando algo en gaélico.

"Y, mmmm ¿cómo fue tu día?" pregunté desistiendo.

"Sí vuelves a hacer eso, Sassenach, no respondo de mis actos", dijo frotando su pezón como si le hubiera picado un mosquito grande. "Y sobre lo que hice, construí una nueva puerta para la pocilga. Hablando de cerdos..."

"Hablando de cerdos...." repetí lentamente. "Um... ¿entraste en la pocilga?".

"No. ¿Por qué?" su mano se movió un poco más abajo, rodeando mi nalga izquierda.

"Se me olvidó contártelo, como te fuiste a Tennessee para hablar con el Sr. X y el Coronel y no estuviste durante cuatro días. Yo subí...". La pocilga era una pequeña cueva excavada en la piedra caliza,  muy por encima de la casa- hace una semana, para recoger un jarro de trementina  que había dejado allí del desparasitado, y ¿sabes la curva que hace la cueva a la izquierda?"

Él asintió, fijó los ojos en mi boca como si leyera mis labios. 

"Bueno, giré la esquina y allí estaban".

"¿Quiénes?

"La mismísima cerda Blanca, con lo que imaginé serían sus dos hijas o nietas... Las otras no eran blancas, pero tenían que estar relacionadas con ella porque las tres tenían el mismo tamaño- inmensas".

El promedio de altura de un cerdo salvaje es de unos cuatro pies hasta el hombro y unas doscientas libras de peso. La Cerda Blanca no era una cerda salvaje, pero era el producto de una línea de cerdos domésticos que se dedicaban al engorde, y que era más antigua, más codiciosa y más feroz que la salvaje, y aunque no era tan buena como Jamie para calcular el peso del ganado, calcularía que pesaba unas trescientas libras sin dudarlo. Sus descendientes no eran mucho más pequeñas.


[Excerpt from GO TELL THE BEES THAT I AM GONE, Copyright 2020 Diana Gabaldon. Thanks for the Very Vivid Big Black Bumblebee photo from Erin Maeve!]





#DailyLine (ADELANTO) Libro 9. Pig Latin

Fuente/Source: Diana Gabaldon 
 

 
#DailyLines #Libro9 #Veydilealasaabejasquepartí #noestáterminadotodavía #pronto #muypronto #másomenos #osinformarécuandoesté #noesrealmenteunspoiler #perosinoquieressabernada #nololeas
Excerpt from GO TELL THE BEES THAT I AM GONE, Copyright 2020 Diana Gabaldon 
 
IMETAY RAVELERSTAY ANUALMAY, ONSERVATIONCAY OFWAY ASSMAY N NRG 
¿Un manual del Viajero del Tiempo?" preguntó Roger mirándola de reojo. Brianna estaba sonrojada y tenía una línea profundamente marcada en su entrecejo, lo cual no restaba nada de su atractivo.
Ella asintió, todavía frunciendo el ceño ante la página.
"Tuve una idea y quería plasmarla antes de que se me fuera, pero..."
"No quieres correr el riesgo de que nadie que esté alrededor la lea" terminó por ella
"Sip. Pero todavía pienso que es necesario tener algo para los niños- o al menos para Jemmy- que lo pueda leer si fuera necesario".
"Bueno entonces cuéntame tu valioso pensamiento" sugirió él y se sentó lentamente. Había estado cabalgando desde el amanecer hasta el anochecer durante los últimos tres días, y le dolía desde el cuello hasta las rodillas.
"No sabes nada sobre Pig Latin" dijo escéptica. "¿Qué sabes sobre el principio de conservación de la masa?"
Cerró los ojos y simuló escribir en una pizarra.
"La masa ni se crea ni se destruye" dijo abriendo los ojos. "¿Es eso?"
"Bien hecho" palmeó su mano y notó su estado, sucia y cerrada en un medio puño, con los dedos tensos de llevar las riendas. Puso la mano en su regazo estirando los dedos, y comenzó a masajearlos.
"La manera formal dice, La ley de conservación de la masa establece que para cualquier sistema cerrado a todas las transferencias de materia y energía, la masa del sistema debe permanecer constante en el tiempo, ya que la masa del sistema no puede cambiar, por lo que la cantidad tampoco puede cambiar, ser agregado ni eliminado ”.
Roger tenía los ojos entornados en una mezcla de cansancio y éxtasis.
"Dios, qué gusto"
"Bien. Lo que pienso es esto: los viajeros del tiempo tienen definitivamente masa, ¿verdad? por lo que, si se están moviendo de un tiempo a otro, ¿significa que el sistema está momentáneamente desequilibrado en términos de masa? Quiero decir, ¿si 1779 tiene 425 libras más de masa de lo que debería tener, a la inversa, 1983 tendría 425 libras de menos?"
"¿Eso es lo que pesa nuestra familia?" Roger abrió los ojos. "A menudo pienso que los niños pesaban eso ellos solos".
"Seguramente" dijo sonriendo pero sin perder su línea de pensamiento. "Y por supuesto, presumo que la dimensión de tiempo es parte de la definición de "sistema". Dame la otra mano".
"También está sucia" Y lo estaba pero ella simplemente sacó su pañuelo del pecho y limpió la mezcla de grasa y suciedad de sus dedos. "¿Por qué tienes los dedos tan grasientos?"
"Si mandas algo como un rifle a través de un océano, lo envuelves en grasa para impedir que el aire salado y el agua lo oxide".
 
"Bendito Michael defiéndenos" dijo ella y a pesar de que obviamente ella lo sentía, él se rió de su acento gaélico-bostoniano. 
 
"Están bien" le aseguró bostezando. "Están a salvo. Continua con la conservación de la masa, estoy fascinado"
"Seguro que lo estás" sus largos y fuertes dedos sondearon sus articulaciones evitando la mayor parte de sus ampollas. "Te acuerdas del grimoire de Geillis, ¿verdad? Y la cuenta que llevaba de los cuerpos que fueron encontrados en los alrededores del círculo de piedras.
Esto lo despertó
"Sí".
"Bien. Si mueves una cantidad de masa a otro período de tiempo, ¿tienes que mantener el equilibrio quitando otra cantidad?"
Él la miró y ella le devolvió la mirada manteniendo su mano pero sin masajearla. Sus ojos permanecían fijos, espectantes.
"Quieres decir que si alguien entra a través de un... un portal... alguien de ese tiempo debe morir, para mantener el equilibrio. ¿Es eso?"
"No exactamente". Ella volvió a su masaje, más lento ahora. "Porque incluso si ellos mueren, su masa todavía está ahí. Sin embargo estoy pensando que quizás sea eso lo que les impide pasar; están dirigidos a un tiempo en el que... no hay espacio para ellos, ¿en términos de masa?"
"¿Y... no pueden pasar y eso les mata?" Había algo ilógico pero su cerebro no estaba en condiciones de determinar qué.
"Tampoco es eso exactamente". Brianna elevó la cabeza, escuchando, pero lo que fuera que había sido lo que había escuchado, el sonido no se repitió, y ella continuó, inclinando la cabeza para mirar la palma de su mano. "Hombre, tienes muchas ampollas. Pero piensa sobre ello, la mayor parte de los cuerpos de las noticias de Geillis estaban sin identificar, y la mayor parte de ellos llevaban ropas extrañas".
La miró un momento, luego retiró sus manos y las flexionó con cautela.
"¿Piensas que vinieron de otro lugar- otro tiempo- y pasaron a través de las piedras pero murieron?"
"O" dijo ella con delicadeza. "Ellos vinieron de este época y sabían donde iban, o donde querían ir porque claramente no lo hicieron. Por lo que....."
"¿Cómo descubrieron que era posible?" terminó por ella. Él miró su libreta. "Quizás más gente de la que crees lee Pig Latin"

(Gracias a Patricia M. por esta maravillosa abeja en la salvia azul)

*Pig Latin: es un juego de palabras construido. El objetivo de Pig Latin es modificar las palabras en inglés de una manera determinada para que, al hablar, suene como un idioma extranjero. En Pig Latin, se toma la primera consonante de la palabra inglesa y se la coloca al final y luego se agrega -ay.





#DailyLine (ADELANTO) Libro 9. El alma de las casas

Fuente/Source: Diana Gabaldon


 

#DailyLines #Libro9 #Veydilealasabejasquepartí #noestáterminadotodavía #oslodirécuandoesté

 

Era una casa grande. Y parecía todavía más grande con solo dos personas y un perro dentro. 

Fanny, privada de compañía, se colgó a mí como una lapa, sus pasos resonaban detrás de mí- y el tic-tic-tic- de Bluebell detrás de ella- mientras iba de un sitio a otro, de la consulta a la cocina y al recibidor y vuelta a la consulta, los tres éramos conscientes de los dormitorios vacíos sobre nuestras cabezas y la lejana, vacía y oscura tercera planta más arriba, que parecía un bosque fantasmal con los huecos de los cristales de las ventanas todavía tapados con listones, para evitar que la lluvia y la nieve entrara, hasta que el desaparecido maestro regresara a terminar el trabajo que había dejado sin hacer.

La había invitado a compartir mi habitación, y habíamos sacamos la cama de la habitación de los niños. Era reconfortante escuchar la respiración de cada uno por la noche, algo cálido y rápido, casi ahogando la lenta y fría respiración de la casa a nuestro alrededor- casi imperceptible, pero definitivamente ahí estaba. Especialmente al anochecer, cuando las sombras empezaban a subir por las paredes como una silenciosa marea, derramando oscuridad en la habitación.

De vez en cuando me despertaba al amanecer para encontrarme con Fanny en mi cama, encogida contra mí en busca de calor y completamente dormida, Bluey estaba tumbado en un nido de colchas a nuestros pies. El perro miraba hacia arriba cuando me levantaba, y movía el rabo contra las colchas, pero no se movería hasta que Fanny lo hiciera.

"Volverán" le aseguraba cada día. "Todos. Solamente tenemos que mantenernos ocupados mientras lo hacen".

Pero Fanny  no había vivido ni un día sola en toda su vida. No sabía como lidiar con la soledad, y mucho menos con la soledad llena de la amenaza de sus propios pensamientos.

"¿Y si...?" era el constante estribillo en sus pensamientos. El hecho de que también fuera mi estribillo- aunque silencioso-  no ayudaba.

"¿Crees que las casas están vivas?" espetó Fanny un día.

"Sí, estoy segura" dije un poco ausente.

"¿De verdad?" Los ojos de Fanny me devolvieron al presente. Estábamos zurciendo calcetines frente al fuego, después de terminar las tareas de la mañana y el almuerzo. Habíamos dado de comer a los cerdos, amontonado heno, y ordeñado a la vaca y dos cabras- al día siguiente tenía que hacer mantequilla, y dejar un par de cubos para hacer queso, y mandar el resto de leche a Bobby Higgins, colina abajo.

"Bueno....sí" dije lentamente. "Creo que cualquier lugar donde la gente haya vivido durante un tiempo, probablemente absorba parte de ellos. Realmente las casas afectan a las personas que viven en ellas - ¿por qué no iba a ser en ambas direcciones?"

"¿Ambas direcciones?" perecía dudosa. "¿Quieres decir que yo dejé parte de mí en el burdel- y traje parte del burdel conmigo?"

"¿No es así?" pregunté suavemente. Su rostro se puso blanco durante un momento, pero luego la vida volvió a sus ojos. 

"Sí" dijo, pero estaba extraña en ese momento, y no añadió nada más.


[Excerpt from GO TELL THE BEES THAT I AM GONE, Copyright 2020 Diana Gabaldon. And many thanks to Kirsty Scaife for the lovely bee photo!]

#DailyLine (ADELANTO) Libro 9. William en problemas

Fuente/Source: Diana Gabaldon

 


 

 

#DailyLines #Libro9 #Veydilealasabejasquepartí #noestáterminado #estácerca #Oslodirédeacuerdo?

 

William examinó su pañuelo de forma crítica. No quedaba mucho de él; habían intentado atar sus muñecas con el mismo y lo había hecho girones tratando de quitárselo. Se sonó la nariz en él, muy suavemente. Todavía sangraba, y se secó con cuidado. Se oían  pasos que  subían por las escaleras de la taberna en dirección a la habitación donde él estaba sentado, custodiado por dos cautelosos guardias.

"¿Dice que es.. quién?" exclamó una voz molesta desde fuera de la habitación. Alguien respondió algo, pero se perdió con el roce de la puerta abriéndose en el piso desnivelado. Se levantó suavemente, irguiéndose en toda su altura y encarando al oficial- un mayor de dragones- que acababa de entrar. El mayor se detuvo de repente, forzando a los dos hombres que llevaba a la espalda a que se detuvieran igualmente.

"Dice que es el jodido noveno conde de Ellesmere" dijo William en un tono ronco y amenazador y fijó la mirada, con el ojo que todavía podía abrir, en el mayor.

"Y realmente lo es" dijo una voz más baja que sonaba a la vez divertida y familiar. William parpadeó ante el hombre que en ese momento entraba en la habitación, una esbelta y morena figura en uniforme de capitán de infantería "Capitán Lord Ellesmere, de hecho. Hola, William".

"He renunciado a mi comisión " dijo William simplemente. "Hola Denys".

"Pero no a tu título". Deny Randall le miró de arriba a abajo, pero rehusó a comentar su apariencia.

"¿Así que ha renunciado a su comisión?" El mayor, un tipo joven y corpulento, que parecía que llevaba unos pantalones demasiado apretados, miró a William con desagrado. "Para cambiarte la chaqueta y unirte a los rebeldes, ¿verdad?"

William inspiró varias veces, para evitar decir algo ofensivo.

"No", dijo con un todo poco amistoso.

"Por supuesto que no" dijo Denys, reprendiendo amablemente al mayor. Se giró hacia William. "¿Y por supuesto, has estado viajando en compañía de la milicia de América porque...?"

"No viajaba con ellos" dijo William sin agregar afortunadamente "eres idiota". "Me encontré con los caballeros en cuestión anoche en la taberna, y les gané una cantidad sustanciosa en las cartas. Dejé la taberna esta mañana temprano y reinicié mi viaje, pero ellos me siguieron, con el objetivo obvio de recuperar su dinero por la fuerza".

"¿Objetivo obvio?" repitió el mayor escéptico. "¿Cómo llegó a esa conclusión? Señor" añadió de mala gana.

"Imagino que ser perseguido y golpeado salvajemente podría ser un indicio inequívoco".

 "Siéntate, Ellesmere, estás goteando en el suelo. ¿Recuperaron el dinero?" dijo Denys. Sacó de su manga un pañuelo grande y de un blanco impoluto y se lo tendió a William.


"Sí. Además de todo lo que llevaba en mis bolsillos. No sé qué ha sido de mi caballo". Se presionó el pañuelo en su labio partido. Podía oler la colonia de Randall en él, a pesar de su nariz hinchada- la auténtica Eau de Cologne, que olía a Italia y sándalo. Lord John la usaba de vez en cuando, y el olor le reconfortaba un poco. 

"¿Por lo tanto afirma que no sabe nada de los hombres con los que le encontramos?" dijo el otro oficial, este era un teniente, un hombre de edad similar a la de William, ansioso como un terrier. El mayor le dirigió una mirada de desprecio, no creía que necesitara ninguna ayuda para cuestionar a William, pero el teniente no le hizo caso. "Seguramente, si jugó con ellos a las cartas, ¿debe de tener alguna información?".

"Sé algunos de sus nombres" dijo William sintiéndose muy cansado de golpe. "Eso es todo".

Realmente no era todo, ni mucho menos, pero no quería hablar de las cosas que había aprendido- que Abbot era un herrero que tenía un perro listo que le ayudaba en la forja, dándole pequeñas herramientas o astillas para el fuego, cuando se lo pedía. Justin Martineau tenía una nueva esposa, a cuyo lecho añoraba regresar. La esposa de Geoffrey Garland hacía la mejor cerveza del pueblo, y su hija era casi tan buena, aunque tenía doce años. Garland era uno de los hombres que el capitán había elegido colgar. Tragó saliva, su garganta estaba seca por el polvo y las palabras no dichas.

Él había escapado de la soga entre otras cosas por su capacidad de maldecir en latín, lo que había desconcertado al capitán lo suficiente para identificar a William, su  ex-regimiento y una lista de prominentes oficiales que responderían por él, empezando por el General Clinton (Dios, ¿dónde estaba Clinton en este momento?)

Denys Randal estaba murmurando al mayor, que todavía parecía descontento, pero había reducido de la ebullición al hervor. El teniente miraba a William fijamente, con los ojos entrecerrados, esperando que saltara del banco y corriera para escapar. El hombre tocaba de forma inconsciente su bolsa de munición y luego su pistola enfundada, claramente imaginando la maravillosa posibilidad de que pudiera matar a William mientras corría hacia la puerta. William bostezó, amplia e inesperadamente, y se sentó parpadeando, el agotamiento repentino le alcanzó como la marea.

En ese momento, no le importaba en absoluto lo que pasara a continuación.


[Excerpt from GO TELL THE BEES THAT I AM GONE, Copyright 2020 Diana Gabaldon. Many thanks to Beve Danforth Miller for the wonderful bee photo!]