Fuente/Source: Diana Gabaldon
#TodavíaNoEstáListo #YaCasi #LesDiréCuandoEstéTerminado
Sin embargo, cuando me asomé con el gancho de la persiana en la mano, vi a una figura alta y negra que se apresuraba hacia el frente de la casa, con la falda y el abrigo volando al viento.
"Tú y tu perrito también," murmuré, y arriesgué una mirada hacia el bosque, en caso de monos voladores. Una ráfaga de viento pasó a mi lado, derecho al consultorio, sacudiendo las cosas de vidrio y volteando las páginas del manual de Meck que había dejado abierto sobre la mesada; por suerte, había tenido la precaución de quitar la página con los derechos de autor.
"¿Qué dijo?" Fanny me había seguido y ahora estaba parada en la puerta del consultorio, Bluebell bostezando detrás de ella.
"Viene la señora Cunningham," dije, dejando las persianas abiertas y cerrando las ventanas. "Ve y déjala entrar, ¿quieres? Ponla en el salón y dile que estaré con ella enseguida; tal vez haya venido por el polvo de olmo que le prometí."
En lo que concernía a Fanny, la Sra. Cunningham era probablemente la malvada bruja de occidente, y la manera en que invitó a la señora a entrar lo reflejaba. Para mi sorpresa, escuché a la señora Cunningham declinar la oferta de sentarse en el salón, y en segundos se encontraba en la puerta del consultorio, desaliñada por el viento como un murciélago, y pálida como la mantequilla fresca.
"Necesito..." dijo mientras comenzaba a caer, y terminó en mis brazos logrando susurrar "ayuda".
Fanny jadeó, pero alcanzó a sujetar a la señora Cunningham de la cintura, y juntas logramos ponerla sobre la mesa de la consulta. Sostenía su chal negro apretado con una mano, aferrada como la muerte misma. Lo había agarrado tan fuerte contra el viento que sus dedos estaban trabados, y nos costó mucho esfuerzo liberar el chal.
"Maldita sea," dije suavemente, al ver cuál era el problema. "¿Cómo se las arregló para hacer eso? Fanny, traéme el whisky."
"Me caí," gruñó la señora Cunningham, comenzando a recuperar el aliento. "Tropecé con un balde, como una tonta." Tenía el hombro derecho terriblemente dislocado, una joroba en el húmero y el codo hacia adentro contra las costillas, la deformidad temporaria sumaba a su aspecto de bruja.
"No se preocupe," le dije, buscando la forma de aflojarle el corpiño para poder reducir la dislocación sin rasgar la tela. "Puedo arreglarlo."
"No habría tropezado dos millas cuesta abajo a través de las malditas zarzas si creyera que no puede arreglarlo," espetó la Sra. Cunningham, el calor de la habitación había comenzado a reavivarla. Sonreí, tomé la botella que traía Fanny, quité el corcho y se la entregué a Elspeth, quién se la llevó a los labios y tomó varios tragos, lentos y profundos, deteniéndose a toser entre uno y otro.
"Su marido... sabe... lo que hace," dijo con voz ronca, entregándole la botella a Fanny.
"Conoce bien todos sus oficios," acordé. Había logrado aflojar el corpiño, pero no logré liberar las cintas, y en su lugar, las corté con un movimiento damocletiano de mi bisturí. "Fanny, sostenla fuerte alrededor del pecho, por favor."
Elspeth Cunningham sabía exactamente lo que yo estaba tratando de hacer, y apretando los dientes, relajó los músculos tanto como pudo -que no fue mucho, dadas las circunstancias- pero cualquier ayuda era bienvenida. Supuse que ella había visto cómo se realizaba esta práctica en los barcos de Su Majestad -esta tenía que haber sido la fuente del lenguaje que estaba usando mientras yo maniobraba el húmero hacia el ángulo correcto. Fanny resopló divertida al oír "¡maldita bestia hija de una BESTIA!" mientras yo giraba el brazo y la cabeza del húmero volvía a su lugar con un "¡pop!"
"Hacía mucho tiempo que no escuchaba algo así," dijo Fanny, haciendo muecas con los labios.
"Si te juntas con marineros, joven muchacha, adquieres tanto sus virtudes como sus vicios." El rostro de Elspeth aún estaba pálido, y brillaba como un hueso pulido bajo una capa de sudor, pero su voz era firme y le estaba volviendo el aliento. "¿Y dónde, si no te importa la pregunta, oíste este tipo de lenguaje?"
Fanny me echó una mirada, asentí con la cabeza y ella dijo simplemente "viví en un burdel algún tiempo, señora."
"Ya veo." La señora Cunningham sacó la muñeca de mis manos, se sentó, bastante temblorosa, pero logró apoyar su mano sana sobre la mesa. "Supongo que las prostitutas también tienen vicios y virtudes, entonces."
"No estoy segura de sus virtudes," dijo Fanny dudosa. "A menos que cuente ser capaz de «ordeñar» a un hombre en menos de dos minutos de reloj."
Estaba tomando un trago de whisky y me atraganté.
"Creo que eso se clasificaría más como una habilidad que una virtud," le dijo la señora Cunningham a Fanny. "Aunque muy valiosa, me atravería a decir."
"Bueno, todos tenemos nuestros puntos fuertes," intercedí, tratando de ponerle fin a la conversación antes que Fanny dijera algo más. Mi relación con Elspeth Cunningham había comenzado a ser buena luego de la muerte de (X), aunque no del todo. Nos respetábamos mutuamente, pero no llegábamos a ser amigas, debido a que ambas sabíamos que en algún punto, la realidad política podría obligar a mi esposo y al hijo de la señora Cunnigham a intentar matarse entre ellos.