Fuente/Source: Diana Gabaldon
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Jamie suspiró, plegó la carta dentro de su bolsillo e incapaz de quedarse sentado con sus pensamientos, subió la colina hacia el jardín de Claire, no con la intención de hablarle sobre la carta y sus pensamientos, solamente buscando el bienestar momentáneo de su presencia.
Ella no estaba allí, dudó en la verja, pero finalmente la cerró detrás de él y caminó despacio hacia la hilera de colmenas. Le había construido un gran banco de trabajo y en ese momento había nueve colmenas encima, emitiendo un pacífico zumbido bajo el sol de otoño. Algunas de ellas eran de paja, pero Brianna había construido tres cajas también, con marcos de madera dentro y una especie de desagüe para facilitar la recolección de miel.
Tenía algo en el fondo de su mente, un poema que Claire le había recitado una vez, sobre nueves y abejas. Solamente recordaba un trocito: nueve hileras de judías tendré, y una colmena para abejas, y viviré solo en el claro ruidoso de las abejas. El número nueve siempre le había hecho desconfiar debido al extraño encuentro con una adivinadora parisina.
"Morirás nueve veces antes de morir" le dijo. Claire había intentando, de vez en cuando, saber las veces que debería haber muerto y no lo hizo. Él nunca lo intentó ya que tenía la superstición de no atraer la mala suerte pensando en eso.
Las abejas estaban a lo suyo. El aire estaba lleno de ellas. Sus alas captaban el sol tardía haciéndolas brillar como chispas entre el verde del jardín. Había algunos girasoles a lo largo de una pared, con sus semillas como piedras grises, sedum y rosas fucsias. Gencianas violetas- las reconoció porque Clare había hecho un ungüento con ellas que había utilizado con él en más de una ocasión.- y había traído algunas de Willington y había plantado en un lugar arenoso que había preparado para ellas. Él había cavado y traído la arena, y sonrió ante el contraste del pálido terrero arenoso con la tierra arcillosa más oscura. A las abejas parecía que les gustaba el dorado- pero Claire decía que sobre todo recolectaban en los bosques y prados en este momento.
Se dirigió lentamente hacia el banco de trabajo y dirigió una mano hacia las colmenas, y no las había tocado todavía cuando dos o tres abejas se posaron en su mano haciéndole cosquillas en su piel con las patas. "Para que no piensen que eres un oso" había dicho Claire riendo. Sonrió ante el recuerdo y puso su mano en la paja calentada por el sol. Solamente la dejó posada un momento dejando ir sus problemas, uno a uno.
"La cuidaréis, ¿verdad?" dijo al fin, hablando suavemente a las abejas. "Si ella viene a vosotras y os dice que me fui, la alimentaréis y la atenderéis?" Se quedó un momento más, escuchando el incesante zumbido.
"Os la confío" dijo finalmente y se giró para irse con su corazón más ligero en su pecho. No fue hasta que cerró la verja detrás de él y comenzó a bajar hacia la casa, que le vino a la mente otro trozo del poema.
"Y tendré algo de paz allí, porque la paz llega lentamente....."