Nadie gritó expresando desacuerdo de modo que continuó.
—Vosotros conocéis la Declaración de Arbroath, ¿verdad? Hace
cuatrocientos años, nuestros padres, nuestros abuelos, pusieron la mano
sobre estas palabras: «… puesto que, mientras cien de nosotros sigamos
vivos, jamás, bajo ninguna condición, permaneceremos sujetos al dominio
inglés. En verdad, no es por la gloria, ni por la riqueza, ni por el honor que
combatimos, sino por la libertad… sólo por eso a lo que ningún hombre
honrado renuncia si sigue con vida.»
—Vosotros conocéis la Declaración de Arbroath, ¿verdad? Hace
cuatrocientos años, nuestros padres, nuestros abuelos, pusieron la mano
sobre estas palabras: «… puesto que, mientras cien de nosotros sigamos
vivos, jamás, bajo ninguna condición, permaneceremos sujetos al dominio
inglés. En verdad, no es por la gloria, ni por la riqueza, ni por el honor que
combatimos, sino por la libertad… sólo por eso a lo que ningún hombre
honrado renuncia si sigue con vida.»
Viento y Ceniza, Capítulo 112: El Violador de Juramentos
©DianaGabaldon
Fuente: almargen.com.ar
Por Gabriel
H. Cortés y Pablo Rodríguez Leirado
(Agradecemos la inestimable colaboración
de Eduardo Jorge Moffat)
Marzo de 2002
(Agradecemos la inestimable colaboración
de Eduardo Jorge Moffat)
Marzo de 2002
Introducción
«En la mañana del 16 de abril
de 1746 en una extensa landa en la región noroccidental de Escocia, al
pie de las tierras altas, conocida como Culloden, la Casa Estuardo presenció
como, a sangre y fuego, se frustraban sus sueños y esperanzas de lograr
nuevamente el poder en Gran Bretaña. Miles de sacrificados guerreros highlanders
apoyaron la inverosímil campaña que indubitable y consecuentemente sembró
la muerte y destrucción de toda una cultura milenaria.
Las implicaciones políticas,
el odio étnico-religioso y los intereses económicos incidieron en forma
decisiva y mortal en el campo de Culloden, tornando definitivamente el
perfil político, cultural y económico de un imperio en ciernes.
Características del terreno
El campo de batalla de Culloden
se encuentra ubicado en el extremo Sudeste de la región de Inverness.
Por esa época, se caracterizaba
por ser una larga franja de terreno con escasas elevaciones, delimitado
por hileras de piedra que dividían las tierras destinadas al cultivo y
la siembra. El terreno no poseía una abundante vegetación y solo contaba
con algunos caseríos.
Las fuerzas hannoverianas
ocuparon el lado sur del páramo y el Ejército Jacobita la sección norte
- de espaldas a las Tierras Altas - soportando de frente toda la carga
del gélido viento que constantemente barría y azotaba la landa aquella
trágica mañana de 1746.
En síntesis, fue muy desafortunada
la elección del lugar de combate que realizó el Jefe del Estado Mayor
del Príncipe Carlos Eduardo - John Williams O 'Sullivan -, tanto en criterios
tácticos como estratégicos, por ser el terreno llano y despejado, más
apropiado para maniobras de artillería y caballería enemiga que para las
ágiles incursiones de los Highlanders.
Fases de la batalla
1º Acto: "Soberbia e Impericia"
Quizás con la errónea resolución
comentada en el párrafo anterior se pueda presentar el primer movimiento
de la batalla de Culloden. Esta apresurada e inverosímil decisión fue
tomada por una parte sustancial del estado mayor jacobita. Sin embargo,
no coincidía con el criterio de Lord Murray, quien no podía creer lo que
observaba: el terreno elegido para desarrollar la contienda se presentaba
despejado, llano y totalmente duro, e intuía que las unidades enemigas
podrían hacerse un festín de sangre.
Un día antes de la batalla,
el 15 de abril, el ejército hannoveriano permanecía acantonado en la localidad
de Nairm, pues celebraba el onomástico número veinticinco de su comandante,
Guillermo - Duque de Cumberland -, segundo hijo del Rey Jorge II de la
Casa Hannover. La vanguardia jacobita al reconocer la zona y el campamento
informó inmediatamente y el Príncipe Carlos Eduardo propuso atacar de
inmediato y por sorpresa al desprevenido enemigo en su propio campamento.
Lord Murray no lucía de acuerdo,
pero con el paso de las horas, la llegada de refuerzos y los reportes
que no registraban movimientos significativos en el campamento de Cumberland,
cedió en su escepticismo y aceptó el plan de acción. El noble guerrero
escocés prefirió entablar un combate desesperado que pelear en un territorio
tan desfavorable.
El ataque sería totalmente
por sorpresa, encarado por dos columnas, una al mando del mismo Lord Murray
y la restante por Sir John Drummond. Ambas convergerían directamente al
corazón del campamento y tomarían la ventaja inicial que proporcionaría
el estado de embriaguez y cansancio de la mayoría de los efectivos reales
debido a los festines de aquella jornada.
Pero el heraldo del desastre
comenzó a perseguir a los jacobitas desde el principio. La marcha en medio
de la oscuridad y la densa vegetación, sumado a la constante niebla, produjo
que ambas columnas se separaran significativamente una de la otra. Drummond
se retrasó cada vez más y al despuntar el amanecer del 16 de abril Lord
Murray se encontraba situado a solo tres kilómetros del campamento adversario,
pero sin la suficiente cantidad de hombres para hacer frente a su enemigo.
Su destino se hallaba sellado
y debió regresar "al páramo tan temido" con sus hombres hambrientos, sedientos
y cansados, tratando de tomar sus puestos en la línea de batalla. Para
colmo de males, el testarudo e inexperto príncipe no deseaba retroceder
ni un centímetro de territorio, decidiendo plantear combate en ese instante
y en ese lugar, donde combatirían sin otro aliado que su orgullo y su
fuerza, el sitio de la agonía gaélica: "CULLODEN".
2º Acto: "La embriaguez
de la locura"
Las cartas estaban jugadas.
Cumberland, poco después de las cinco de la madrugada, al tomar conocimiento
de la abortada marcha jacobita, decide levantar campamento. Moviliza elementos
de infantería, caballería y varias baterías de artillería emprendiendo
el camino hacia el teatro de operaciones.
A escasos seis kilómetros
del páramo, las fuerzas del hijo del Rey Jorge II fueron descubiertas
por una minúscula sección de la vanguardia jacobita, que dio presuroso
aviso al campamento rebelde. La desesperación y la improvisación cundieron
en todos los frentes.
Sin tiempo para revisar ningún
plan de batalla, se dispuso rápidamente el orden de combate de las fuerzas,
en las cuales los MacDonald ocuparían el flanco izquierdo contrariando
la sécula tradición de combatir siempre en el lado derecho, sin duda una
pequeña muestra de lo que se avecinaba por la falta de planificación y
espíritu de cuerpo.
En aquella fría mañana del
16 de abril de 1746 cinco mil highlanders y una pequeña reserva compuesta
de efectivos de las lowlands, soldados irlandeses (Irish Pickets) y franceses
(Royal Ecossais, enviados por el Rey de Francia Luis XV), tomaron posiciones
repartidos en dos filas en una extensión de seiscientos cincuenta metros
de frente. La orientación hacia el este los hacía padecer toda la fuerza
de las inclemencias del tiempo, solo los animaba las poca raciones de
"agua de vida" y el persistente sonido de las gaitas y tambores provenientes
de las posiciones en donde se hallaban los jefes de clanes y comandantes
de campo.
Totalmente cansados, hambrientos
y descorazonados, al poco tiempo pudieron avistar en la lejanía, entremezclada
con la niebla, la lluvia y la humedad reinante, el avance de las blanquirojas
columnas de Cumberland. Unos nueve mil soldados en perfecto orden y disciplina,
prestos a ocupar sus posiciones en el campo de duelo y probar si las nuevas
tácticas del viejo ejército británico rendirían ante un adversario hasta
ese entonces vencedor en casi todos los lances anteriores. Quizás era
hora de revancha...
A las nueve de la mañana,
Lord Boyd - oficial de los Coldstream Guards - mientras realizaba una
patrulla de observación, fue atacado por una descarga de artillería, dando
comienzo a la batalla.
Los jacobitas, contaban con
doce piezas de artillería de dudosa calidad en el rendimiento de tiro
y para colmo servidas por artilleros poco instruidos, los que fueron presa
fácil de las cinco baterías hannoverianas que los barrieron si piedad.
Posteriormente la artillería de Cumberland comenzó a practicar un quirúrgico
y devastador fuego sobre las posiciones de infantería, causando grandes
pérdidas al desorganizado ejército adversario.
El príncipe Carlos no se
decidía a dar la orden de ataque masivo. Esperaba completar en su totalidad
las formaciones dispuestas en el campo, a raíz de la gran cantidad de
hombres retrasados que paulatinamente se sumaban a su ejército provenientes
de la larga marcha de la noche anterior.
Mientras tanto las líneas
de highlanders comenzaban a sufrir el despiadado ataque de las balas rasas
de la artillería hannoveriana y su furia por atacar se tornaba incontrolable.
Con los MacDonald a la cabeza de esta actitud, los bravos montañeses todavía
creían que con su abrumadora carga a pie destrozarían las filas enemigas
y la batalla sería inexorablemente otro "Prestonpans".
Al cabo de tanta presión
acumulada, el inexperto príncipe Carlos Eduardo, situado a retaguardia
de sus posiciones, dio la orden de atacar en forma masiva. Para ese entonces
la persistente lluvia había cesado, pero el inclemente viento empujaba
el humo nacido de las ánimas de los cañones hannoverianos hacia las filas
de highlanders situados a la derecha y al frente.
Igualmente los montañeses
atacaron intoxicados en la embriaguez de la locura. El fuego barrido de
mosquetería y metralla de las tropas de Cumberland los rechazó una y otra
vez, quebrando el tan temido factor psicológico gaélico, matando e hiriendo
por centenares a los McIntosh, Cameron y Stewart antes que llegaran
a tomar contacto con las casacas rojas. Solo unos centenares de escoceses
pudieron pasar la primera línea de soldados, que adrede abrieron filas
rápidamente para posteriormente cerrarse mortalmente sobre los infortunados
rebeldes que fueron ahogados y masacrados por la columna de la segunda
línea y las posiciones a sus flancos.
La mítica y legendaria Brigada
Atholl de Lord Murray, situada a la derecha, corrió la misma suerte que
sus compañeros, amontonándose junto con el centro de la falange jacobita,
concentrando todo el peso de la carga en la brigada real hannoveriana
de Barrell, la que fue duramente golpeada sin antes causar grandes pérdidas
a su adversario.
Las nutridas crónicas de
la época comentan que los soldados hannoverianos expresaban que nunca
habían observado tal cantidad de muertos y heridos en un campo. La batalla
era encarnizada y despiadada, Unos presionando y empujando para romper
lo más rápido posible las líneas y los otros resistiendo y esperando el
momento justo para contraatacar, pero aún faltaba lo peor...
Los MacDonald, situados en
el incómodo sector izquierdo de la línea fueron virtualmente rechazados
y aniquilados por varios rudos cuerpos del ejército real hannoveriano,
conformados por escuadrones de milicia de caballería y los bravos Royal
Scots Fusilliers. Fue tan grande la desesperación en las filas highlanders
que se podían observar francos comportamientos de "sálvese quien pueda",
la mayoría caían a los pocos metros de avanzar, por efectos de la artillería
o el profuso fuego de metralla y fusilería, y los pocos que lograban entablar
una lucha cuerpo a cuerpo eran inexorablemente batidos por la nueva táctica
de ataque-defensa utilizada por los soldados de Cumberland. Esta consistía
en atacar directamente con la bayoneta el lado derecho del enemigo, el
cual era su flanco más expuesto e indefenso, suplantando al anterior método
de defensa que enfrentaba en forma frontal la pesada carga montañesa.
Los resultados estuvieron
a la vista, centenares de jacobitas muertos, heridos o escapando como
podían del páramo de carne muerta.
En resumen, el fuego coordinado
y devastador del ejército hannoveriano, generó la total y desordenada
retirada de las columnas del centro e izquierda jacobita lo que conllevó
en un vuelco definitivo en el desarrollo del combate, con la artillería
y gran parte de las fuerzas highlanders abatidas y desbandadas. La suerte,
nuevamente como en El Boyne, se hallaba echada.
Lord Murray, sin más que
hacer, ordenó a las tropas de reserva francesa, irlandesa y varios regimientos
de las lowlands, que ocuparan las líneas de vanguardia para proteger el
proceso de retirada, al tiempo que la columna del flanco izquierdo jacobita
trató de captar la atención del ejército real hannoveriano, intentando
que la caballería los atacara para que no se convirtiera en un peligro
incontenible para la retirada.
Pero la estrategia de batalla
del Jefe de Estado Mayor jacobita, John Williams O'Sullivan, no sopesó
que las tropas hannoverianas - encabezadas por las Milicias de Argyle
- demolerían las cercas de los campos de cultivo de Culloden Park para
que de esta manera los elementos de caballería pudieran operar con total
libertad de movimientos sobre el flanco derecho. Y esto fue lo que inexorablemente
sucedió. Los Dragones de Cobham y Lord Mark Kerr, surgieron como un demonio
azotando todo a su paso. La totalidad de las posiciones de la derecha
y la retaguardia jacobita se hallaban expuestas y amenazadas, el descontrol
fue total y los muertos aumentaban a cada minuto. Solo la brava decisión
de la reducida caballería jacobita y los hábiles regimientos de reserva
lograron contener un tiempo a los hannoverianos para permitir una retirada
más o menos digna y organizada.
El último duelo de masas
en suelo británico estaba tocando a su fin, solo restaban algunos focos
de resistencia que posteriormente cubrieron la extensa y vergonzosa huída
del príncipe hacia Francia al son de las desesperadas y despectivas palabras
de Lord Elcho, uno de sus oficiales más encumbrados: "...Huye, italiano
cobarde..."
En términos militares, la
batalla, desde el primer disparo de cañón, se halló favorable a los hannoverianos,
ellos poseían la calidad y cantidad necesaria de artillería para barrer
cualquier amenaza a distancia o a pocos pasos, ya que la utilización de
la bala rasa y de los botes de metralla, esta última destinada a barrer
las cargas a escasa distancia, causaron tal cantidad de bajas que no dejaron
espacio para las dudas.
Otro aspecto a tener en cuenta
fue el sabio manejo y empleo de la bayoneta por parte del infante hannoveriano
y la gran labor de inteligencia realizada por el Duque de Cumberland,
ya que contaba con la habilidad de la pelea escocesa -hecho suscitado
por la nutrida cantidad de efectivos escoceses que disponía su fuerza
de combate-, en donde resalta en valor fundamental la totalidad del Clan
Campbell y las ya míticas "Milicias de Argyle".
En sí esta batalla fue crucial
y decisiva porque en ella se definía el futuro de la Gran Bretaña. La
casa Hannoveriana no hubiese soportado otro revés militar ya que si el
triunfo le correspondía al Príncipe Carlos, la guerra se hubiera extendido
irremediablemente a Irlanda y ciertas partes de Inglaterra con un amplio
peligro de convertirse en un conflicto de rasgos continentales de serias
implicancias religiosas, políticas y económicas.
Los resultados estadísticos
del encuentro bélico son arrolladores, los hannoverianos solo sufrieron
algo más de trescientas bajas entre muertos y heridos, mientras que en
las filas jacobitas casi un cincuenta por ciento de sus efectivos fueron
heridos o abatidos. Los números hablan por sí solos acerca de la impericia
y la falta de control que generó una actitud y como repercutió negativamente
en toda una cultura milenaria. De esta manera finalizaban las gloriosas
cargas de los highlanders para luchar por su libertad y dignidad, de aquí
en más, los MacDonald, McCleod, MacKenzie, Cameron, MacGregor, entre
otros deberían cargar y combatir por otra bandera para asegurar su persistencia
y honores perdidos irremediablemente en Culloden...
3º Acto: "Persecución
y Desazón"
En párrafos anteriores citamos
que aún faltaba el acto más sangriento y vergonzoso de la campaña de Culloden.
Una sección de la historia marcada por la sangrienta persecución que fue
presa los últimos restos del ejército rebelde a manos de la caballería
de Cumberland y más tarde por la acción desempeñada por un grupo de soldados
de infantería provenientes de las capas más marginales de Inglaterra.
Nos referimos a los denominados "hombres de sacristía", malhechores, rufianes,
violadores, y demás delincuentes que eran enviados por los condestables
de cada una de sus parroquias y reclutados especialmente en el ejército
hannoveriano. Sus mejores cualidades militares se hallaban representadas
en el pillaje, el robo, el saqueo indiscriminado y el asesinato a sangre
fría. Estos fueron los salvajes que se encargaron por semanas de barrer
con toda la zona de influencia del campo de batalla, "limpiando" el terreno
de highlanders y saqueando todo a su paso.
Posteriormente esta acción
se volvió sistemática, ningún kilt ni tartán a cuadros y menos armas
y gaitas (también consideradas como armas de guerra) se debían encontrar
en propiedad de los highlanders, la "limpieza" fue óptima y de esta manera
el hábil Duque de Cumberland se convirtió para gran parte del pueblo escocés
en el "Carnicero" o simplemente el "Apestoso Billy".
4º Cuarto Acto: "Escarnio
y Olvido"
¿Qué acontecía mientras tanto
con el Príncipe Carlos Eduardo? Se vio en la necesidad de escapar de inmediato
de Escocia para salvar su vida, objetivo que le llevó más de seis meses,
durante los cuales viajó y vivió en condiciones miserables. La valiente
heroína Flora MacDonald le dio amparo en la isla de Skye y él se transformó
en el arquetipo de la esperanza católica y jacobita en las islas. Finalmente
pudo refugiarse en Francia, de la que se vio obligado a escapar debido
al Tratado de Aquisgrán firmado el 28 de octubre de 1748.
Sus viejos aliados le daban
definitivamente la espalda. Para el poderoso Luis XV de Francia, Carlos
era un escollo y un problema debido al catastrófico resultado de imponer
un reino católico en las Islas Británica. Se retiró por siempre a Roma,
donde murió en 1788, solo y olvidado, convertido en una criatura hostil,
alcohólica y enferma.
Conclusión
"...¡Oh Drummossie, las ciénagas
desiertas quedarán, antes que muchas generaciones mueran, manchadas con
la sangre de nuestros hijos. Estoy contento porque no viviré para observarlo!..."
Palabras de un anónimo clarividente del lugar unos siglos antes del desastre
de Inverness. En esta batalla, de la cual y debido a su alto nivel de
crueldad con los heridos y los civiles, ningún regimiento británico ha
reclamado el honor de la victoria en sus banderas, se definió una forma
de hacer política y al cabo de ello configurar un imperio vastísimo que
hasta el día de hoy nos llegan sus portentosos ecos.
Las Tierras Altas, arrasadas,
vapuleadas y progresivamente aculturizadas, debían reconfigurarse al ritmo
de casi toda la Gran Bretaña. Las amplias tierras, propiedad de los clanes
en su mayoría gracias al ejercicio del viejo derecho céltico fueron sistemáticamente
divididas en los llamados "crofts", es decir, porciones de tierra para
cultivo o recolección del kelp, alga muy apreciada para el proceso de
elaboración del whisky en las diferentes destilerías que fueron asentándose
en la zona.
La vida en las Tierras Altas
nunca fue óptima, pero esta vez era distinto... El fervor militar y el
orgullo de pertenencia al clan se habían esfumado, sus valores y elementos
culturales evaporados. Desde entonces, debían rendirle respeto a un amo
que nunca conocerían y luchar por una bandera que les costaría años comprender
y respetar.
En el cierre de la presente
nota debemos expresar que la cultura gaélica fue muy duramente golpeada
por esos años, pero también debe tenerse en cuenta que a su vez Culloden
fue el capítulo final de un proceso de declive que ya llevaba varios siglos.
Luego, intempestivamente
con el advenimiento de la expansión colonial del Reino Unido, sería en
parte recuperada en un plan gestado para beneficio de la majestad de turno.
Escocia se transformaría en el correr de unos lustros en la espada afilada
del Imperio Británico y una nueva leyenda, con características diferentes,
se gestaría... »
Qué nota más interesante!! No conocía algunos detalles que se hablan aquí. Qué triste final para los escoceses!!! :(
ResponderEliminarMuy triste historia.
ResponderEliminarque pena por dios...
ResponderEliminarFantástico resumen histórico!!! Lo que nos muestra la historia es que el ego de un príncipe borracho, las ganas de libertad de todo un pueblo, la mala preparación de un ejército, más otros factores (que nunca sabremos cuales) dieron como resultado que toda una cultura haya desaparecido!! Algún día aprenderemos de la historia sin repetir esos graves errores??? Ojalá!! Gracias por esta gran referencia
ResponderEliminarSi así fue, yo he visitado el campo de Culloden, la verdad es que a mi me entristece ver tantas tumbas, un desperdicio de vidas. Pero ellos no han perdonado, el pueblo escocés es muy orgulloso y muy noble. Visito Escocia cada año y cada vez que voy me gusta mas la gente, el País, ver como conservan su historia tan bién. Ojala esta destrucción de vidas no volviera a ocurrir nunca en ningún País.
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