24 de mayo de 2016

Preguntas Frecuentes | Viento y Ceniza | Diana Gabaldon | SPOILERS

Viento y Ceniza. Epílogo I
©DianaGabaldon


—Justo a tiempo —dijo Brianna, algo nerviosa, cuando él avanzó por el sendero con una sonrisa y una caja grande bajo el brazo. Todavía le asombraba verlo con el pelo corto—. Diez minutos más, y habría matado a alguien, estoy segura. Tal vez a Fiona, para empezar.

—Oh, ¿sí? —Él se agachó y la besó con particular entusiasmo, lo que indicaba que no había oído lo que ella acababa de decir—. Traigo algo.

—Ya veo. ¿Qué…?

—No tengo la menor idea.

La caja que depositó sobre la antigua mesa del comedor era de madera, también; un cofre de buen tamaño hecho de cedro, oscurecido por los años, el hollín y los malos tratos, pero su buena factura seguía siendo evidente. Los acabados eran de gran belleza, las bisagras estaban perfectamente encajadas, y tenía una cubierta deslizante… que no se deslizaba, porque en algún momento la habían sellado con una gruesa capa de cera de abeja derretida, que se había ennegrecido con los años.
Lo más sorprendente de todo, sin embargo, era la tapa. Había un nombre grabado a fuego en la madera: Jeremiah Alexander Ian Fraser MacKenzie.

Brianna sintió un nudo en la parte inferior del estómago al verlo, y alzó la mirada hacia Roger, que estaba tenso y reprimiendo un sentimiento; ella podía captar sus vibraciones.

—¿Qué? —susurró—. ¿Quién es ése?

Roger meneó la cabeza, y sacó un sobre mugriento del bolsillo.

—Esto estaba pegado con cinta adhesiva a un lado. Es la letra del reverendo, una de las pequeñas notas que a veces les ponía a algunas cosas para explicar su significado, por si acaso. Pero no podría decir que esto sea una explicación, exactamente.
La nota era breve, y sólo informaba de que la caja procedía de un banco de Edimburgo que ya no existía. Había instrucciones junto a la caja que declaraban que no debía ser abierta salvo por la persona cuyo nombre estaba inscrito en ella. Las instrucciones originales habían desaparecido, pero fueron transmitidas verbalmente por la persona de quien el reverendo había obtenido la caja.

—¿Y quién era? —preguntó ella.

—Ni idea. ¿Tienes un cuchillo?

—¿Si tengo un cuchillo? —murmuró ella, rebuscando en el bolsillo de sus vaqueros—. ¿Alguna vez no tengo un cuchillo?

—Era una pregunta retórica —dijo Roger, besándole la mano y cogiendo la navaja roja y brillante Swiss Army que ella le ofreció.

La cera de abeja se agrietó y se abrió fácilmente, pero la tapa de la caja no estaba dispuesta a rendirse después de tantos años. Fue necesario que los dos se empeñaran hasta que, por fin, se liberó con un pequeño chirrido.
El fantasma de un aroma salió flotando; algo indistinguible, pero de un origen vegetal.

—Mamá —dijo ella involuntariamente.

Roger la miró, alarmado, pero ella le indicó con un gesto apremiante que continuara. Él hurgó con cuidado dentro de la caja y sacó su contenido: una pila de cartas, dobladas y selladas con lacre, dos libros… y una pequeña víbora hecha de madera de cerezo, muy pulida por tenerla en las manos durante mucho tiempo.
Brianna dejó escapar un sonido pequeño e inarticulado, cogió la primera carta y la apretó contra su pecho con tanta fuerza que el papel crujió y el sello de lacre se partió y cayó. Un papel grueso y blando, cuyas fibras exhibían las difusas manchas de lo que alguna vez habían sido flores.
Las lágrimas le surcaban el rostro y Roger estaba diciendo algo, pero ella no prestó atención a sus palabras; los niños estaban armando un escándalo terrible arriba, los albañiles seguían discutiendo fuera, y lo único en el mundo que ella podía ver eran las palabras desdibujadas en la página, escritas con una letra alargada y dificultosa.

31 de diciembre de 1776

Querida hija:

Como verás, si alguna vez recibes esto, estamos vivos…


Ante numerosas preguntas de los seguidores de los libros sobre la reacción de  Brianna, al leer en la caja el nombre de su hijo, la autora Diana Gabaldon contestó en Compuserve:

«La gente continúa preguntando esto. Y no entiendo la razón.

POR SUPUESTO que reconoce el nombre de su hijo. En una caja que es claramente muy antigua, y que ella nunca ha visto antes.

Entonces, tu esposo llega a casa con, digamos, una bandeja antigua, y cuando la volteas, ves que tiene escrito un nombre que es idéntico al tuyo. Y exclamas de manera inmediata: "¡Hey, esa soy yo!"?? No, dices : "Guau, eso es muy raro. Me pregunto ¿QUIÉN SERÁ?

Y eso es exactamente lo que hizo Brianna. Es una reacción normal. Eso es todo.

Caramba.» 

 

4 comentarios:

  1. tan sutil como siempre jajajajajaj es única DG

    ResponderEliminar
  2. Creo que esto es de "Ecos del pasado", cuando Roger y Brianna regresan en el séptimo libro al futuro y ven las cartas que le escribieron sus padres, para informarles sobre qué les sucedió cuando ellos se fueron.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Efectivamente, pero también aparece como epílogo en Viento y Ceniza.

      Eliminar