28 de marzo de 2021

#DailyLine (ADELANTO) Libro 9. El alma de las casas

Fuente/Source: Diana Gabaldon


 

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Era una casa grande. Y parecía todavía más grande con solo dos personas y un perro dentro. 

Fanny, privada de compañía, se colgó a mí como una lapa, sus pasos resonaban detrás de mí- y el tic-tic-tic- de Bluebell detrás de ella- mientras iba de un sitio a otro, de la consulta a la cocina y al recibidor y vuelta a la consulta, los tres éramos conscientes de los dormitorios vacíos sobre nuestras cabezas y la lejana, vacía y oscura tercera planta más arriba, que parecía un bosque fantasmal con los huecos de los cristales de las ventanas todavía tapados con listones, para evitar que la lluvia y la nieve entrara, hasta que el desaparecido maestro regresara a terminar el trabajo que había dejado sin hacer.

La había invitado a compartir mi habitación, y habíamos sacamos la cama de la habitación de los niños. Era reconfortante escuchar la respiración de cada uno por la noche, algo cálido y rápido, casi ahogando la lenta y fría respiración de la casa a nuestro alrededor- casi imperceptible, pero definitivamente ahí estaba. Especialmente al anochecer, cuando las sombras empezaban a subir por las paredes como una silenciosa marea, derramando oscuridad en la habitación.

De vez en cuando me despertaba al amanecer para encontrarme con Fanny en mi cama, encogida contra mí en busca de calor y completamente dormida, Bluey estaba tumbado en un nido de colchas a nuestros pies. El perro miraba hacia arriba cuando me levantaba, y movía el rabo contra las colchas, pero no se movería hasta que Fanny lo hiciera.

"Volverán" le aseguraba cada día. "Todos. Solamente tenemos que mantenernos ocupados mientras lo hacen".

Pero Fanny  no había vivido ni un día sola en toda su vida. No sabía como lidiar con la soledad, y mucho menos con la soledad llena de la amenaza de sus propios pensamientos.

"¿Y si...?" era el constante estribillo en sus pensamientos. El hecho de que también fuera mi estribillo- aunque silencioso-  no ayudaba.

"¿Crees que las casas están vivas?" espetó Fanny un día.

"Sí, estoy segura" dije un poco ausente.

"¿De verdad?" Los ojos de Fanny me devolvieron al presente. Estábamos zurciendo calcetines frente al fuego, después de terminar las tareas de la mañana y el almuerzo. Habíamos dado de comer a los cerdos, amontonado heno, y ordeñado a la vaca y dos cabras- al día siguiente tenía que hacer mantequilla, y dejar un par de cubos para hacer queso, y mandar el resto de leche a Bobby Higgins, colina abajo.

"Bueno....sí" dije lentamente. "Creo que cualquier lugar donde la gente haya vivido durante un tiempo, probablemente absorba parte de ellos. Realmente las casas afectan a las personas que viven en ellas - ¿por qué no iba a ser en ambas direcciones?"

"¿Ambas direcciones?" perecía dudosa. "¿Quieres decir que yo dejé parte de mí en el burdel- y traje parte del burdel conmigo?"

"¿No es así?" pregunté suavemente. Su rostro se puso blanco durante un momento, pero luego la vida volvió a sus ojos. 

"Sí" dijo, pero estaba extraña en ese momento, y no añadió nada más.


[Excerpt from GO TELL THE BEES THAT I AM GONE, Copyright 2020 Diana Gabaldon. And many thanks to Kirsty Scaife for the lovely bee photo!]

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