Fuente/Source: Diana Gabaldon
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William examinó su pañuelo de forma crítica. No quedaba mucho de él; habían intentado atar sus muñecas con el mismo y lo había hecho girones tratando de quitárselo. Se sonó la nariz en él, muy suavemente. Todavía sangraba, y se secó con cuidado. Se oían pasos que subían por las escaleras de la taberna en dirección a la habitación donde él estaba sentado, custodiado por dos cautelosos guardias.
"¿Dice que es.. quién?" exclamó una voz molesta desde fuera de la habitación. Alguien respondió algo, pero se perdió con el roce de la puerta abriéndose en el piso desnivelado. Se levantó suavemente, irguiéndose en toda su altura y encarando al oficial- un mayor de dragones- que acababa de entrar. El mayor se detuvo de repente, forzando a los dos hombres que llevaba a la espalda a que se detuvieran igualmente.
"Dice que es el jodido noveno conde de Ellesmere" dijo William en un tono ronco y amenazador y fijó la mirada, con el ojo que todavía podía abrir, en el mayor.
"Y realmente lo es" dijo una voz más baja que sonaba a la vez divertida y familiar. William parpadeó ante el hombre que en ese momento entraba en la habitación, una esbelta y morena figura en uniforme de capitán de infantería "Capitán Lord Ellesmere, de hecho. Hola, William".
"He renunciado a mi comisión " dijo William simplemente. "Hola Denys".
"Pero no a tu título". Deny Randall le miró de arriba a abajo, pero rehusó a comentar su apariencia.
"¿Así que ha renunciado a su comisión?" El mayor, un tipo joven y corpulento, que parecía que llevaba unos pantalones demasiado apretados, miró a William con desagrado. "Para cambiarte la chaqueta y unirte a los rebeldes, ¿verdad?"
William inspiró varias veces, para evitar decir algo ofensivo.
"No", dijo con un todo poco amistoso.
"Por supuesto que no" dijo Denys, reprendiendo amablemente al mayor. Se giró hacia William. "¿Y por supuesto, has estado viajando en compañía de la milicia de América porque...?"
"No viajaba con ellos" dijo William sin agregar afortunadamente "eres idiota". "Me encontré con los caballeros en cuestión anoche en la taberna, y les gané una cantidad sustanciosa en las cartas. Dejé la taberna esta mañana temprano y reinicié mi viaje, pero ellos me siguieron, con el objetivo obvio de recuperar su dinero por la fuerza".
"¿Objetivo obvio?" repitió el mayor escéptico. "¿Cómo llegó a esa conclusión? Señor" añadió de mala gana.
"Imagino que ser perseguido y golpeado salvajemente podría ser un indicio inequívoco".
"Siéntate, Ellesmere, estás goteando en el suelo. ¿Recuperaron el dinero?" dijo Denys. Sacó de su manga un pañuelo grande y de un blanco impoluto y se lo tendió a William.
"Sí. Además de todo lo que llevaba en mis bolsillos. No sé qué ha sido de mi caballo". Se presionó el pañuelo en su labio partido. Podía oler la colonia de Randall en él, a pesar de su nariz hinchada- la auténtica Eau de Cologne, que olía a Italia y sándalo. Lord John la usaba de vez en cuando, y el olor le reconfortaba un poco.
"¿Por lo tanto afirma que no sabe nada de los hombres con los que le encontramos?" dijo el otro oficial, este era un teniente, un hombre de edad similar a la de William, ansioso como un terrier. El mayor le dirigió una mirada de desprecio, no creía que necesitara ninguna ayuda para cuestionar a William, pero el teniente no le hizo caso. "Seguramente, si jugó con ellos a las cartas, ¿debe de tener alguna información?".
"Sé algunos de sus nombres" dijo William sintiéndose muy cansado de golpe. "Eso es todo".
Realmente no era todo, ni mucho menos, pero no quería hablar de las cosas que había aprendido- que Abbot era un herrero que tenía un perro listo que le ayudaba en la forja, dándole pequeñas herramientas o astillas para el fuego, cuando se lo pedía. Justin Martineau tenía una nueva esposa, a cuyo lecho añoraba regresar. La esposa de Geoffrey Garland hacía la mejor cerveza del pueblo, y su hija era casi tan buena, aunque tenía doce años. Garland era uno de los hombres que el capitán había elegido colgar. Tragó saliva, su garganta estaba seca por el polvo y las palabras no dichas.
Él había escapado de la soga entre otras cosas por su capacidad de maldecir en latín, lo que había desconcertado al capitán lo suficiente para identificar a William, su ex-regimiento y una lista de prominentes oficiales que responderían por él, empezando por el General Clinton (Dios, ¿dónde estaba Clinton en este momento?)
Denys Randal estaba murmurando al mayor, que todavía parecía descontento, pero había reducido de la ebullición al hervor. El teniente miraba a William fijamente, con los ojos entrecerrados, esperando que saltara del banco y corriera para escapar. El hombre tocaba de forma inconsciente su bolsa de munición y luego su pistola enfundada, claramente imaginando la maravillosa posibilidad de que pudiera matar a William mientras corría hacia la puerta. William bostezó, amplia e inesperadamente, y se sentó parpadeando, el agotamiento repentino le alcanzó como la marea.
En ese momento, no le importaba en absoluto lo que pasara a continuación.
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