Fuente/Source: Diana Gabaldon
John Grey se detuvo en la parte alta de Bay Street a mirar como las nubes de la tormenta se aproximaban rodando desde el río hasta él, cargadas de lluvia negra y parpadeando relámpagos. No era religioso, pero cualquier hombre al que le hubieran disparado en el campo de batalla, y aún más uno que hubiera recibido de lleno la explosión de un cañón, como mínimo se hablaba con Dios.
"Cuida de Willie, por favor", dijo, con los ojos todavía fijos en el turbulento cielo. Sintió vagamente que debería hacer algún gesto ceremonial, como santiguarse, pero no sabía muy bien cómo hacerlo, aunque no sería por no haber visto a Jamie Fraser hacerlo a menudo. Pensar en Jamie le dio fuerza; probablemente el escocés ya estaba rezando por Willie todos los días siguiendo toda la lista de ritos católicos, aunque Jamie no sabía que en este momento serían necesarias plegarias más urgentes de lo habitual.
Las primeras gotas de lluvia golpearon el empedrado de la calle, formando marcas del tamaño de la uña de su dedo pulgar. Se ajustó el sombrero contra el viento y buscó refugio.
El más a mano era la casa de Hal en la Calle (¿Jones?), donde se encontró con su hermano en el salón. Estaba de pie ante la ventana, en pantalones, en mangas de camisa y una bata de seda negra con un enorme dragón chino bordado en rojo y amarillo en la espalda, aparentemente distraído contemplando las gotas de lluvia escurriéndose -bueno, ahora eran como una cascada- por el cristal.
-¿Qué son las dedaleras?- preguntó, alejándose de la ventana.
-Flores, creo-. John sacudió las gotas de lluvia de su sombrero y lo colgó en el picaporte de la puerta. -¿Algo así como campanillas, quizás?
-¿Campanillas?- Los ojos de Hal se entrecerraron, mostrando claramente que pensaba que John le estaba tomando el pelo. John elevó ambas manos, con las palmas hacia arriba, como para hacerse perdonar.
-Sí. Seguro que estás al tanto de los tipos de nombres que se inventan los jardineros. ¿No era Minnie la que no dejaba de hablar de "suspiros de bebé" y "lino de sapo" la última vez que vine a cenar? Estoy seguro de que en un momento dado, habló de campanillas.
Hal reflexionó un momento sobre ello, y luego asintió, la expresión del rostro algo más tranquila. Su esposa Minnie era una jardinera muy dedicada, que poseía una gran terraza interior, un jardín de flores con un estanque y una huerta para uso culinario.
-Bueno, sí-, admitió, con la sombra de una sonrisa-. ¿Te he dicho alguna vez que la conocí en los invernaderos del Príncipe -bueno, más bien de la Princesa- en Kew?. Es un lugar extraordinario; todo allí lo es, desde los árboles de membrillo hasta unos tipos de orquídeas horriblemente carnosas que huelen a carne podrida.
-¿La conociste al lado de una orquídea que olía a carne podrida? No me extraña que sucumbiera de forma inmediata a tu innato romanticismo.
-En realidad, era un crisantemo- dijo Hal de manera ausente, ignorando la pulla-. Había tenido un ataque de asma y me había caído al suelo a sus pies. Ella pensó que me iba a morir, pero no lo hice-. John vio, fascinado, como el recuerdo cruzaba el rostro de su hermano. Aparentemente, no era un recuerdo plenamente placentero, a pesar de que Minnie formaba parte de él. Quizá pensó de verdad que se estaba muriendo...
EXTRACTO de GO TELL THE BEES I AM GONE, Copyright 2021 Diana Gabaldon. Y muchas gracias a Leslie Chivers por la preciosa foto de una abeja en las flores del ciruelo japonés.
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