La habitación olía a flores marchitas. Llovía copiosamente, pero aún así Hal cogió la hoja de la ventana y la empujó. La acción fue inútil, la madera se había hinchado con la humedad y la ventana permaneció cerrada. Intentó dos veces más, después permaneció de pie respirando fuertemente.
El repiqueteo del pequeño reloj que había sobre la repisa de la chimenea le recordó que había estado de pie frente a la ventana cerrada con la boca medio abierta, mirando la lluvia caer por el cristal durante un cuarto de hora, incapaz de tomar la decisión si debía llamar a un criado para abrirla o simplemente estrellar su puño contra ella.
Se giró con un escalofrío, dirigiéndose por instinto hacia el fuego. Desde que se había forzado para salir de la cama se sentía como si se moviera a través de miel fría, y ahora se derrumbó en la silla de su padre.
La silla de su padre. Maldición. Cerró los ojos, tratando de recobrar fuerzas para levantarse y moverse. El cuero estaba frío y rígido bajo sus dedos, bajo sus piernas, duro contra su espalda. Podía sentir el fuego en el hogar a unos centímetros, pero el calor no le llegaba.
"He traído su café, milord." La voz de Nasonby atravesó la miel fría, así como el olor del café. Hal abríó los ojos. El criado ya había puesto la bandeja sobre la pequeña mesa de marquetería, y disponía las cucharas, descargaba el azucarero con las pinzas, con cuidado quitando la servilleta que envolvía la jarra de leche caliente, la de crema, su gemela estaba al otro lado, para mantenerla fría. La simetría y los movimientos ágiles y tranquilos de Nasonby le resultaban calmantes.
"Gracias," se las arregló para decir, haciéndole un pequeño gesto que Nasonby debería interpretar. Y Nasonby lo hizo, y la taza - su madre nunca hubiera permitido latas, ya que eran vulgares - fue puesta en su manos flácidas. Tomó un sorbo, estaba perfecto, muy caliente pero no tanto para quemar su boca, dulce y con leche, entonces asintió. Nasonby desapareció.
Durante un momento, solo bebería café. No tenía que pensar. A la mitad, consideró brevemente levantarse y sentarse en otra silla, pero por entonces el cuero se había calentado y moldeado a su cuerpo. Casi podía imaginar el contacto de su padre sobre su hombro, el breve apretón que el Duque siempre había usado para expresar afecto a sus hijos.
¿Cómo se las estaba arreglando John? se preguntó. Estaría lo suficiente seguro en Aberdeen. Aún así, debería escribir a su hermano. El primo Kenneth y la prima Eloise eran increíblemente pelmazos, unos presbiterianos tan rígidos que ni jugaban a las cartas, y desaprobaban cualquier actividad durante el Domingo que no fuera leer la Biblia.
En la ocasión que Esmé y él habían estado con ellos, Eloise le había pedido educadamente a Esmé que leyera después de una indigesta cena de Domingo, basada en cordero asado con patatas. Ignorando el texto del día, marcado con una cinta de encaje hecha a mano, Em había ojeado el libro quedándose en la historia de Gideon, el cual había jurado al Señor que si alcanzaba la victoria en la batalla, entonces él sacrificaría en nombre del Señor lo primero que se encontrara cuando llegara a casa.
"Verdaderamente" dijo Esmé tragándose la "r" a la manera francesa. Ella miró hacia arriba con el ceño fruncido. "¿Y si hubiera sido el perro? Tú que dices, Merrrrcy," dijo, dirigiéndose a Mercy, la prima de doce años de Hal. "Si tu padre hubiera vuelto a casa un día y hubiera anunciado que iba a matar a Jasper....." el spaniel miró hacia arriba desde su alfombra cuando escuchó su nombre ".... solo porque le había dicho a Dios que lo haría, ¿tú que harías?"
Mercy abrió muchos los ojos horrorizados y le tembló el labio mientras miraba a su perro.
"Pero....pero... él no lo haría," dijo. Aunque después miró a su padre con ojos dudosos. "No lo harías, ¿verdad papá?"
"¿Pero si se lo hubieras prometido a Dios?" puntualizó amablemente Esmé mirando hacia Kennet con sus grandes ojos azules. A Hal le divirtió la cara de Kennet, pero los carrillos de Eloise se empezaban a colorear, por lo que él tosió, y con la estimulante sensación de estar dirigiendo un carro por un acantilado, dijo, "Pero Gideon no se encontró con su perro, ¿verdad? ¿Qué pasó? Me lo puedes recordar, hace mucho tiempo que leí el Viejo Testamento." De hecho, nunca lo había leído, pero a Esmé le encantaba leerlo y le había contado las historias, con sus propios e inimitables comentarios.
Esmé no le había mirado pero giró la página con dedos delicados, y se aclaró la garganta.
"[pasaje en el que Gideon regresa a casa y se encuentra con su hija adolescente. Angustiado, pensando que tenía que mantener su palabra, le da a su hija dos meses en el que pueda ir de aquí para allá por las colinas con sus amigos, para lamentarse por su virginidad, antes de regresar y ser sacrificada]"
Entonces se rió cerrando el libro.
"Yo no creo que hubiera llorado por mi virginidad durante mucho tiempo. Yo hubiera regresado sin ella..." Entonces se había encontrado con sus ojos, con una chispa que había incendiado sus partes vitales, "....y ver si mi querido papá todavía me consideraba un sacrificio adecuado."
Tenía los ojos cerrados, respiraba fuertemente, y era vagamente consciente que sus lágrimas se escapaban entres sus párpados.
"Bruja" susurró. "Oh, Em, ¡bruja!"
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