Ecos de Pasado, capítulo 36: El Great Dismal
«Había oído a las rocas hablando consigo mismas en Helwater, en el Distrito de los Lagos, el hogar de sus abuelos maternos. En medio de la niebla. No se lo había contado a nadie.
Se movió ligeramente y notó algo justo bajo la barbilla. Se dio un manotazo en ese lugar y descubrió una sanguijuela que se le había adherido al cuello.
La desprendió con repugnancia y la arrojó tan lejos como pudo entre la niebla. Palpando todo su cuerpo con manos temblorosas, volvió a ponerse en cuclillas, intentando repeler los recuerdos que acudían en oleadas con la bruma que se arremolinaba. Había oído a su madre —su madre de verdad— susurrárselo también. Por eso se había adentrado en la niebla. Estaban de picnic en las montañas, sus abuelos, y mamá Isobel y unos amigos, con algunos criados. Cuando bajó la bruma, de improviso, como sucedía a veces, todos se apresuraron a recoger las cosas del almuerzo y lo dejaron solo, observando el inexorable muro blanco avanzar hacia él.
Y habría jurado que había oído susurrar a una mujer, demasiado bajo como para poder distinguir las palabras, pero con una gran sensación de añoranza, y había sabido que le hablaba a él.
Y se había alejado en medio de la niebla. Por unos momentos, se sintió fascinado por el movimiento del vapor de agua a ras de suelo, la forma en que oscilaba y brillaba y parecía estar dotado de vida. Pero, entonces, la bruma se volvió más impenetrable y supo que se había perdido.
Llamó. Primero a la mujer que pensó debía de ser su madre. «Los muertos acuden con la niebla.» Eso era casi todo lo que sabía de su madre, que estaba muerta. No era mayor de lo que era él ahora cuando murió. Había visto tres retratos suyos. Decían que había heredado de ella el pelo y su buena mano con los caballos.
Le había contestado, juraría que le había contestado, pero con una voz sin palabras. Había sentido la caricia de unos dedos fríos en la cara, y había seguido vagando, extasiado.
Entonces cayó, aparatosamente, rodando sobre las rocas hasta acabar en una pequeña oquedad, magullándose y quedándose sin respiración. La bruma se onduló por encima de él pasando de largo, apremiante en su prisa por engullirlo todo mientras él yacía aturdido y sin aliento en el fondo de su pequeño declive. Y entonces empezó a oír murmurar a las rocas a su alrededor, y se arrastró hasta ponerse en pie y luego corrió, lo más rápidamente que pudo, gritando. Volvió a caer, se levantó y siguió corriendo.
Se precipitó contra el suelo, incapaz de seguir adelante, y se acurrucó aterrorizado y ciego sobre la hierba áspera, rodeado de un vasto vacío. Y, en aquel momento, los oyó llamarlo, unas voces que conocía, e intentó responder a gritos pero tenía la garganta irritada de tanto chillar y no emitió más que roncos ruidos desesperados, corriendo hacia el lugar del que pensaba que procedían las voces. En medio de la niebla, el sonido se mueve y nada es como parece: ni el sonido, ni el tiempo ni el espacio.
Una vez, y otra, y otra más, corrió hacia las voces pero cayó sobre algo, tropezó y rodó por una cuesta, chocó contra unos recrecimientos rocosos y se encontró agarrado al borde de una escarpa, con las voces ahora a sus espaldas, extinguiéndose en la niebla, abandonándolo.
Mac lo había encontrado. Una mano grande que lo agarró apareció de repente y, al cabo de un minuto, estaba en pie, magullado, lleno de arañazos y sangrante, pero aferrado a la áspera camisa del mozo de cuadra escocés, cuyos fuertes brazos lo sujetaban como si no fueran a soltarlo nunca.»
Diana Gabaldon aclara nuestras dudas con respecto a este momento en la vida de William:
«Había oído a las rocas hablando consigo mismas en Helwater, en el Distrito de los Lagos, el hogar de sus abuelos maternos. En medio de la niebla. No se lo había contado a nadie.
Se movió ligeramente y notó algo justo bajo la barbilla. Se dio un manotazo en ese lugar y descubrió una sanguijuela que se le había adherido al cuello.
La desprendió con repugnancia y la arrojó tan lejos como pudo entre la niebla. Palpando todo su cuerpo con manos temblorosas, volvió a ponerse en cuclillas, intentando repeler los recuerdos que acudían en oleadas con la bruma que se arremolinaba. Había oído a su madre —su madre de verdad— susurrárselo también. Por eso se había adentrado en la niebla. Estaban de picnic en las montañas, sus abuelos, y mamá Isobel y unos amigos, con algunos criados. Cuando bajó la bruma, de improviso, como sucedía a veces, todos se apresuraron a recoger las cosas del almuerzo y lo dejaron solo, observando el inexorable muro blanco avanzar hacia él.
Y habría jurado que había oído susurrar a una mujer, demasiado bajo como para poder distinguir las palabras, pero con una gran sensación de añoranza, y había sabido que le hablaba a él.
Y se había alejado en medio de la niebla. Por unos momentos, se sintió fascinado por el movimiento del vapor de agua a ras de suelo, la forma en que oscilaba y brillaba y parecía estar dotado de vida. Pero, entonces, la bruma se volvió más impenetrable y supo que se había perdido.
Llamó. Primero a la mujer que pensó debía de ser su madre. «Los muertos acuden con la niebla.» Eso era casi todo lo que sabía de su madre, que estaba muerta. No era mayor de lo que era él ahora cuando murió. Había visto tres retratos suyos. Decían que había heredado de ella el pelo y su buena mano con los caballos.
Le había contestado, juraría que le había contestado, pero con una voz sin palabras. Había sentido la caricia de unos dedos fríos en la cara, y había seguido vagando, extasiado.
Entonces cayó, aparatosamente, rodando sobre las rocas hasta acabar en una pequeña oquedad, magullándose y quedándose sin respiración. La bruma se onduló por encima de él pasando de largo, apremiante en su prisa por engullirlo todo mientras él yacía aturdido y sin aliento en el fondo de su pequeño declive. Y entonces empezó a oír murmurar a las rocas a su alrededor, y se arrastró hasta ponerse en pie y luego corrió, lo más rápidamente que pudo, gritando. Volvió a caer, se levantó y siguió corriendo.
Se precipitó contra el suelo, incapaz de seguir adelante, y se acurrucó aterrorizado y ciego sobre la hierba áspera, rodeado de un vasto vacío. Y, en aquel momento, los oyó llamarlo, unas voces que conocía, e intentó responder a gritos pero tenía la garganta irritada de tanto chillar y no emitió más que roncos ruidos desesperados, corriendo hacia el lugar del que pensaba que procedían las voces. En medio de la niebla, el sonido se mueve y nada es como parece: ni el sonido, ni el tiempo ni el espacio.
Una vez, y otra, y otra más, corrió hacia las voces pero cayó sobre algo, tropezó y rodó por una cuesta, chocó contra unos recrecimientos rocosos y se encontró agarrado al borde de una escarpa, con las voces ahora a sus espaldas, extinguiéndose en la niebla, abandonándolo.
Mac lo había encontrado. Una mano grande que lo agarró apareció de repente y, al cabo de un minuto, estaba en pie, magullado, lleno de arañazos y sangrante, pero aferrado a la áspera camisa del mozo de cuadra escocés, cuyos fuertes brazos lo sujetaban como si no fueran a soltarlo nunca.»
Diana Gabaldon aclara nuestras dudas con respecto a este momento en la vida de William:
"Bien, no sabemos si Willie está exactamente oyendo las rocas; él tiene 3 años (él piensa que tenía 5 en ese momento, pero era un poquito anterior a sus recuerdos) y se perdió en la neblina e imaginó que oía la voz de su madre. Tranquilamente podría haber imaginado oír también las rocas."
Luego en otro comentario dentro de la misma publicación en Compuserve, Diana Gabaldon agrega: "William tiene mucha imaginación y un poco del don de Jamie para las expresiones poéticas (sonrisa). No, él no puede viajar en el tiempo."
Fuente/Source: Diana Gabaldon en Compuserve y Karen Henry en Outlandish Observations
Esa parte donde se pierde William es en el libro de Lord John y el prisionero escocés, me gustó mucho ese libro, habla de la vida de Jamie en la época en la que estuvo en Hellwater; en el libro de Viajera no se habla mucho, excepto la parte donde está con Geneva, sino lo habéis leído lo recomiendo, es muy entretenido, se lee enseguida.
ResponderEliminarEso es, esta en ese libro como dice anónimo.luego en el libro 8 lo recuerda ( en América ). Se pierde. No digo mas por los que aún no lo han leído.
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