Fuente/Source: Diana Gabaldon
"Necesito encontrarme allí con algunos hombres", había dicho Jamie. Con una reserva informal que sabía estaba destinada a proteger sus sentimientos. Ella sabía que su asunto tenía que ver con la guerra, y él sabía cuanto la preocupaba eso, pero ella también sabía cuánto lo preocupaba a él, y no lo forzaría a que dijera lo que pensaba,y mucho menos las cosas que sabía.
Ella había hablado sobre este tema -la guerra- en general, en las Reuniones. Jamie casi siempre venía, aunque rara vez hablaba. Entraba en silencio, y se sentaba en un banco trasero, con la cabeza gacha, escuchando. Escuchando, como lo haría cualquier Amigo, en silencio y con su propia luz interior.
Cuando a la gente se le conmovía el espíritu y sentía la necesidad de hablar, los escuchaba cortésmente, pero en estas ocasiones, observando la distancia que reflejaba su rostro, ella siempre pensaba que su mente seguía en una búsqueda silenciosa y persistente.
Cuando a la gente se le conmovía el espíritu y sentía la necesidad de hablar, los escuchaba cortésmente, pero en estas ocasiones, observando la distancia que reflejaba su rostro, ella siempre pensaba que su mente seguía en una búsqueda silenciosa y persistente.
"Supongo que el joven Ian no te ha hablado mucho de los católicos", le había dicho una vez, cuando hizo una pausa después de una Reunión para darle un vellón que había traído de Salem.
"Solo cuando se lo pregunto", contestó ella con una sonrisa. "Ya sabes que no es ningún teólogo. Roger Mac sabe más, creo, sobre las creencias y las prácticas católicas. ¿Quieres contarme algo sobre los católicos? Sé que seguramente debes sentirte seriamente superado cada Primer Día".
Jamie sonrió y a ella le alegró el corazón verlo. Estaba tan preocupado últimamente, y no era para sorprenderse.
"No, muchacha. Dios y yo nos llevamos bastante bien solos. Es solo que cuando vengo a tus Reuniones, a veces me recuerdan a algunas cosas que los católicos hacen habitualmente. No es algo formal, para nada -pero alguien va y se sienta frente al Sacramento durante una hora. Lo hacía de vez en cuando cuando era joven, en París. Lo llamamos Adoración".
¿Qué haces durante esa hora? Preguntó ella con curiosidad.
"Nada en particular. Rezar, mayormente. Leer, tal vez, la biblia o los escritos de algún santo. A veces he visto gente cantar. Recuerdo una vez, entrando en la capilla de San Sebastián de madrugada, mucho antes del amanecer -casi todas las velas se habían apagado- y escuché a alguien tocar la guitarra, y cantar. Muy suave, no tocaba para ser escuchado, ¿sabes? Solo... cantaba frente a Dios.
Algo extraño se movió en sus ojos al recordar esto, pero luego volvió a sonreírle, de manera triste.
"Creo que esa fue la última música que recuerdo haber escuchado realmente".
"¿Qué?"
Se tocó brevemente la parte de atrás de la cabeza.
"Me golpearon en la cabeza con un hacha, hace muchos años. Viví, pero nunca he vuelto a oír la música. Las gaitas, los violines, el canto... Sé que es música, pero para mí no es más que ruido. Pero esa canción... No recuerdo la canción en si, pero sé cómo me sentí cuando la escuché".
Ella jamás había visto la expresión que Jamie tenía en el rostro mientras le recordaba la canción, pero de repente sintió lo que él había sentido en la profundidad de esa noche distante, y entendió por qué encontraba paz en lugares silenciosos.
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