11 de mayo de 2016

Atrapada en el Tiempo, capítulo 21: Resurrección Inoportuna



Fuente/Source: Diana Gabaldon

©DianaGabaldon1992

 Me miró, con ojos lejanos como las profundidades del océano. Tragué saliva otra vez.
He ido a la Bastilla. Me han dicho que habías acusado a Randall del ataque que sufristeis Mary Hawkins y tú la otra noche. ¿Por qué?
Tenía las manos temblorosas, y dejé caer el rizo de cabello que sostenía. El movimiento hizo que se desarmara, se desintegró, y los finos cabellos rojos se derramaron sueltos en mi falda.
—Jamie —le dije con voz temblorosa—. Jamie, no puedes matar a Black Jack Randall.
Torció ligeramente la boca.
—No sé si emocionarme por tu interés en mi seguridad, o si ofenderme por tu falta de
confianza. Pero de cualquier modo no debes preocuparte. Puedo matarlo fácilmente. —Pronunció las últimas palabras despacio, con una mezcla de odio y satisfacción.
—No es eso lo que quiero decir. Jamie…
—Por suerte —prosiguió, sin oírme— Randall puede probar que estaba en la residencia del
duque la noche de la violación. Apenas la policía termine de interrogar a los invitados presentes, y se convenzan de que Randall es inocente (de ese cargo, por lo menos) lo dejarán ir. Me quedaré en una posada hasta que eso suceda. Entonces lo buscaré. —Sus ojos miraban fijamente el armario, pero era evidente que estaba viendo otra cosa—. Me estará esperando —añadió con voz suave.
Metió la ropa en un bolso de viaje y se echó la capa sobre el brazo. Se giró para salir, pero salté de la cama y lo así por la manga.
 —¡Jamie! ¡Por favor, escúchame! ¡No puedes matar a Jack Randall porque no te lo permitiré!
Me miró atónito.
—Es por Frank —añadí. Le solté la manga y di un paso atrás.
—Frank —repitió, sacudiendo la cabeza como para aclararse los oídos—. Frank.
—Sí —le dije—. Si tú matas a Jack Randall ahora, Frank… no existirá. No nacerá. Jamie, ¡no puedes matar a un hombre inocente!
Su rostro, que normalmente era de color bronce, palideció mientras yo hablaba. Después empezó a enrojecer.
—¿Un hombre inocente?
—¡Frank es un hombre inocente! ¡No me importa Jack Randall…!
—¡Pues a mí sí! —Cogió el maletín y se dirigió a la puerta—. ¡Por Dios, Claire! ¿Estás tratando de impedir que me vengue del hombre que me obligó a ser su ramera? ¿Que me obligó a ponerme de rodillas e hizo que le chupara el pene manchado con mi propia sangre? ¡Por Cristo, Claire! —Abrió la puerta de un golpe y salió al corredor antes de que pudiera alcanzarlo.
Había oscurecido, los sirvientes ya habían encendido las velas y el corredor estaba iluminado con una suave luz. Lo agarré del brazo y tiré de él.
—¡Jamie! ¡Por favor!
Se soltó impacientemente de mi mano. Yo estaba casi llorando, pero contenía las lágrimas. Cogí el maletín y se lo arrebaté.
—¡Por favor, Jamie! ¡Tan solo espera un año! El hijo de Randall será concebido en diciembre. Después ya no importará. Pero, por favor, espera hasta entonces. Hazlo por mí.
Los candelabros que había sobre una mesa con bordes dorados arrojaron su sombra, enorme y vacilante, en la pared opuesta. Jamie la miró, con las manos apretadas, como si se estuviera enfrentando a un gigante sin rostro y amenazante que lo sobrepasaba como una torre.
—Sí —susurró, como para sí mismo—, soy un tipo enorme. Enorme y fuerte. Puedo soportar mucho. Sí, puedo soportarlo. —Giró sobre sus talones, vociferando. ¡Puedo soportar mucho! ¿Pero eso significa que debo? ¿Tengo que soportar las debilidades de todo el mundo? ¿Acaso no puedo tener las mías?
Empezó a caminar a un lado y otro del corredor; su sombra lo seguía en silencioso frenesí.
—¡No puedes pedirme eso! Tú, que sabes lo que… —Se atragantó, incapaz de hablar por la ira.
Mientras caminaba, golpeó repetidas veces la pared, estrellando ferozmente el costado del puño contra la superficie de cal, que aceptó cada golpe con muda violencia.
Regresó y se detuvo frente a mí, respirando con dificultad. Me quedé inmóvil, temerosa de
moverme o hablar. Asintió una o dos veces, rápidamente, como si estuviera tomando una decisión, luego sacó la daga de su cinturón con un susurro y la puso frente a mis narices. Con un esfuerzo visible, dijo con calma:
Tendrás que elegir, Claire. Él, o yo. Las llamas de la vela bailaban sobre el metal pulido mientras giraba lentamente la daga. No puedo vivir mientras él viva. ¡Si no quieres que lo mate, mátame a mí ahora! Me agarró la mano y me obligó a apretar los dedos contra la empuñadura. Se abrió de un tirón el cuello de encaje, dejó al descubierto la garganta y me levantó la mano, con sus dedos apretados sobre los míos.
Me eché atrás con todas mis fuerzas, pero él llevó la punta de la daga contra el hueco suave que tenía sobre la clavícula, debajo de la lívida cicatriz que el cuchillo de Randall había dejado allí años atrás.
—¡Jamie, basta! ¡Basta ya! —Le así la muñeca con mi otra mano, con tanta fuerza como pude, aflojándosela lo suficiente para liberar mis dedos. El cuchillo cayó al suelo, saltando entre las piedras hasta quedarse en un rincón de la mullida alfombra Aubusson con diseños de hojas en ella. Con esa claridad para ver los detalles más pequeños que se da los momentos más terribles de la vida, vi que la daga yacía, quieta,  junto al tallo rizado de un racimo de uvas verdes, como a punto de cortarlo y liberarlas para que rodaran a nuestros pies.
Jamie permaneció frente a mí con el rostro blanco y los ojos iracundos. Le cogí el brazo; estaba tan rígido como la madera.
—Por favor, por favor créeme. No haría esto si hubiera otro camino —dije. Inhalé profundamente, temblorosa, para calmar el pulso acelerado bajo mis costillas—. Me debes tu vida, Jamie. No una sino dos veces. Te salvé de ser ahorcado en Wentworth, y cuando estuviste con fiebre, en la abadía. ¡Me debes una vida, Jamie!
Me miró un largo rato antes de responder. Cuando lo hizo, fue una vez más con voz tranquila, con cierta amargura.
—Ya. ¿Y ahora exiges que te pague? —Sus ojos eran del azul claro y profundo que arde en el centro de una llama.
—¡Tengo que hacerlo! ¡Es la única manera de hacerte razonar!
—Razonar. Ah, razonar. No, no hay nada que razonar.
Cruzó los brazos en la espalda, cubriendo con su mano izquierda los dedos rígidos de la mano derecha. Se alejó lentamente de mi por el pasillo interminable, con la cabeza gacha.
El pasillo estaba cubierto de pinturas, algunas iluminadas desde abajo por antorchas o candelabros, algunas desde arriba, por el fuego de los apliques dorados en la pared; unos pocos, menos favorecidos, acechaban en la oscuridad. Jamie caminaba lentamente entre ellas, alzando la mirada de vez en cuando, como si estuviera conversando con los personajes ataviados con peluca de la galería.
El corredor que recorría la segunda planta estaba alfombrado y tenía enormes vitrales incrustados en ambos extremos del mismo.
Jamie caminó hasta el otro extremo, y a continuación, girando con la presición de un soldado en un desfile, regresó, con paso todavía lento y formal. Después volvió hacia el otro extremo; así una y otra vez. Con las piernas temblorosas, me senté en un sillón al final del pasillo. Uno de los criados omnipresentes se acercó servilmente para preguntar si madame necesitaba vino o, quizá, una galleta. Lo rechacé con toda la cortesía que fui capaz de reunir, y esperé. Por fin se detuvo frente a mí, con los pies separados y enfundados en zapatos con hebillas plateadas y las manos aún detrás de la espalda. Esperó a que lo mirara antes de hablar. Su rostro estaba inmóvil, sin signos de agitación que lo traicionaran, aunque había profundas líneas de cansancio alrededor de sus ojos.
—Un año, entonces —fue todo lo que dijo. Se volvió de inmediato y ya se había alejado varios metros cuando por fin pude salir del sillón verde oscuro de terciopelo. Apenas me había puesto en pie cuando regresó y pasó a mi lado, llegó de tres zancadas al enorme vitral y le dio un puñetazo con la mano derecha que atravesó el vidrio.
El vitral estaba formado por miles de cristales de colores, unidos por trozos de plomo derretido. Aunque el vitral entero, una representación del Juicio de París, se sacudió en su armazón, el esqueleto de plomo sostuvo intactos casi todos los cristales; a pesar del puñetazo, sólo un agujero a los pies de Afrodita dejó entrar la suave brisa primaveral.
Jamie se quedó un momento quieto, apretándose las manos. Una oscura mancha roja comenzó a teñir el puño de encaje. Volvió a pasar junto a mí mientras me dirigía hacia él, y salió sin decir más.

2 comentarios:

  1. No me gustó nada Claire cuando lo leí en el libro y tampoco me ha gustado nada ahora en la serie,y con lo de Alex y Mary pues tampoco me gustó como maquina las cosas para que tenga que existir Frank, por cierto la escena fue una maravilla de ver.

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  2. Pues a mi no me parece mal lo que hace, solo le está pidiendo a Jamie un año para que pueda nacer Frank y luego pueda matar a su enemigo. Frank era el primer marido de Claire y ella lo amaba, no entiendo qué está haciendo mal. No me gustó mucho el encuentro de ellos tres en los jardines de Versalles, me pareció muy comedido, con el rey de por medio. En el libro es mucho más intenso, una vez más el libro supera a la serie, en todas, todas las escenas que he visto hasta ahora.

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