Fuente/Source: Diana Gabaldon
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El vapor de mi respiración se tornó blanquecino dentro del cobertizo de ahumado. No se había encendido ningún fuego aquí dentro por más de un mes, el aire tenía el olor amargo de la ceniza y un dejo de sangre vieja.
"¿Cuánto crees que pesa esto?" Brianna posó ambas manos sobre el hombro del enorme cerdo blanco y negro que yacía en la rústica mesa contra la pared, y de manera experimental, colocó su propio peso contra el animal. El hombro se movió ligeramente -el rigor mortis había desaparecido hacía tiempo, a pesar del clima frío- pero el cerdo en sí no se movió ni una pulgada.
"A modo de conjetura, originalmente pesaba más que tu padre. ¿Tal vez 300 libras?" Jamie se había encargado de sangrar y quitar las entrañas del animal en el momento de su muerte; probablemente eso había aligerado su peso en poco más de 100 libras, pero aún así, era muchísima carne. Una reconfortante idea para las provisiones de invierno, aunque de momento era algo desalentador.
Desenrollé la tela en la que llevaba mis instrumentos quirúrgicos grandes; esto no era el tipo de trabajo que se hace con un gran cuchillo de cocina.
"¿Qué piensas de los intestinos?" pregunté. "¿Se podrán usar?"
Brianna arrugó la nariz, considerando la idea. Jamie no había sido capaz de cargar más que la misma carcasa -de hecho, la había arrastrado- pero había sido considerado y había logrado salvar 20 o 30 libras de intestinos. Había vaciado su contenido de manera precaria, pero dos días envueltos en lona no habían mejorado en nada la condición en la que se encontraban las entrañas, que de por sí no son sabrosas ni siquiera limpias. Les profesé una mirada dudosa, y las coloqué dentro de un recipiente con agua y sal para remojar toda la noche, con la esperanza que el tejido no se hubiera degradado tanto como para impedir usarlo como envoltura de embutidos.
"No lo sé, mamá," dijo Bree a regañadientes. "Creo que ya están un tanto pasadas. Aunque tal vez podamos rescatar algo de ellas."
"Si no se puede, no se puede." Tomé la sierra de amputar más grande y chequeé su filo. "Después de todo, siempre podemos hacer chorizos cuadrados." Los chorizos entubados eran mucho más fáciles de preservar; una vez que eran ahumados correctamente, se mantenían por mucho tiempo. Las hamburguesas de chorizo también funcionaban, pero la manera de preservarlas demandaba mucho más cuidado, y debían ser preservadas en barriles o cajones de madera con capas de grasa en el medio, para que se mantuvieran...No teníamos barriles, pero...
"¡Grasa de cerdo!" exclamé, levantando la mirada. "Madita sea, me había olvidado de eso completamente. No tenemos un caldero, excepto el de la cocina, y no deberíamos usarlo para esto." Extraer la grasa demandaba mucho tiempo, y el caldero de la cocina nos suministraba al menos la mitad de nuestra comida que debía ser cocinada, sin mencionar el agua caliente.
"¿Podemos pedir uno prestado?" Bree echó una mirada hacia la puerta, desde la cuál se vió un destello de movimiento. "¿Jem, eres tú?"
"No, soy yo tía." Germain asomó la cabeza, olfateando con cautela. "Mandy deseaba visitar al pequeño de Rachel, y el abuelo dijo que podría ir si Jem o yo la acompañábamos. Decidimos la suerte, y Jem perdió."
"Oh. Está bien. ¿Irías hasta la cocina a buscar la bolsa de sal que se encuentra en la consulta de la abuela?"
"No hay," dije, agarrando al cerdo por una de las orejas y colocando la sierra en el pliegue del cuello. "No quedaba mucha, y usamos la mayoría para colocar los intestinos del cerdo en remojo, debe quedar solo un puñado. Vamos a tener que pedir prestado eso también."
Moví la sierra a través del primer corte, y fue placentero descubrir que a pesar de que la membrana entre la piel y el músculo estaba un poco blanda -la piel se resbalaba un poco si le dabas tratamiento brusco- la carne por debajo de ella todavía seguía firme.
"Te diré una cosa, Bree," le dije, empujando la sierra a medida que sentía cómo los pequeños dientes de la misma cortaban los huesos del cuello, "llevará algo de tiempo hasta que logre tener esto cuereado y cuarteado. ¿Por qué no te das una vuelta y te fijas quién de las mujeres es capaz de prestarnos un caldero por un par de días, y media libra de sal también?"
"Muy bien," dijo Bree, aprovechando aliviada semejante oportunidad. "¿Qué deberíamos ofrecerle a cambio? ¿Uno de los jamones?"
"Oh, no, tía," dijo Germain, bastante sorprendido. "¡Eso es demasiado por prestarnos un caldero! Y de todas maneras, no deberías ofrecerle nada," añadió, con sus pequeñas y claras cejas fruncidas. "Los favores no se negocian. Ella sabrá que le darás lo que le corresponde."
Bree le propinó una mirada al niño, entre inquisidora y divertida, y luego dirigió su mirada hacia mi. Asentí con la cabeza.
"Veo que he estado ausente demasiado tiempo," dijo ligeramente, y, dándole una suave palmada en la cabeza a Germain, desapareció a hacer su mandado.
Moví la sierra a través del primer corte, y fue placentero descubrir que a pesar de que la membrana entre la piel y el músculo estaba un poco blanda -la piel se resbalaba un poco si le dabas tratamiento brusco- la carne por debajo de ella todavía seguía firme.
"Te diré una cosa, Bree," le dije, empujando la sierra a medida que sentía cómo los pequeños dientes de la misma cortaban los huesos del cuello, "llevará algo de tiempo hasta que logre tener esto cuereado y cuarteado. ¿Por qué no te das una vuelta y te fijas quién de las mujeres es capaz de prestarnos un caldero por un par de días, y media libra de sal también?"
"Muy bien," dijo Bree, aprovechando aliviada semejante oportunidad. "¿Qué deberíamos ofrecerle a cambio? ¿Uno de los jamones?"
"Oh, no, tía," dijo Germain, bastante sorprendido. "¡Eso es demasiado por prestarnos un caldero! Y de todas maneras, no deberías ofrecerle nada," añadió, con sus pequeñas y claras cejas fruncidas. "Los favores no se negocian. Ella sabrá que le darás lo que le corresponde."
Bree le propinó una mirada al niño, entre inquisidora y divertida, y luego dirigió su mirada hacia mi. Asentí con la cabeza.
"Veo que he estado ausente demasiado tiempo," dijo ligeramente, y, dándole una suave palmada en la cabeza a Germain, desapareció a hacer su mandado.