SPOILERS SPOILERS SPOILERS SPOILERS SPOILERS
Dado que Outlander es una fiesta para los sentidos, ¿por qué no detenernos en una sola imagen de la segunda temporada?
Un día, mientras visita los jardines de Versalles, Claire Fraser se inclina sobre un arreglo floral, vistiendo uno de los trajes más hermosos del siglo XVIII jamás vistos en la pantalla. Mientras ella olfatea delicadamente el arreglo, lleva un ancho sombrero de paja adornado con flores, y lleva puesto un traje marrón claro hecho a medida, decorado artísticamente con flores en tonos complementarios. Postes a rayas sostienen el toldo brillante que protege la mesa cargada de delicias en sus cercanías, y a pesar de la riqueza del cuadro -flora, comida y telas- nada choca entre sí. Es una visión pictórica de un Luis XV de alta costura, saturada de color y enmarcada de manera sublime.
La vida en la alta sociedad es, en parte, una estratagema: En la T2, Claire (Caitriona Balfe) y su esposo escocés, el terrateniente Jamie Fraser (Sam Heughan), se hospedan en la propiedad parisina de un pariente, al mismo tiempo en el que se hacen cargo de su negocio de vinos para poder realizar juegos estratégicos con la elite de la época. Y si bien la agenda de la serie de tv se basa en revoluciones políticas, inicia en silencio una cultura pop propia: en la manera en que aborda la narrativa y la sensualidad. Outlander ha dejado más que demostrado que es una de las series más subversivas de la televisión.
El astuto engaño comienza con su embalaje. Outlander enmarca varios géneros de tv. Es una saga histórica de viajes en el tiempo y una épica romántica majestuosa, y también cuenta con maravillosos vestidos, chalecos bordados y bromas mordaces en el salón, dignas de los dramas de época de alto vuelo. Cumple con los requisitos de su género de manera eficiente, mientras que por debajo construye silenciosamente las bases para una historia que es mucho más admirablemente rica y ambiciosamente humana de lo que aparentó en un principio.
Descartar a Outlander, por ser "la serie con mucho sexo", es saltearse el punto majestuosamente. Muchos programas, especialmente en cable pago, muestran cuerpos retorciéndose y gente con abdominales increíbles yendo directamente al grano. El acoplamiento mecánico en la mayoría de esas series sigue un guión tan rutinario que se siente como si un par de siglos hubieran transcurrido desde que el sexo en canales de cable pago se percibía incómodo, y casi nunca se siente real.
Outlander es diferente -verdadera y cuidadosamente diferente. No debería ser revolucionario que sea franco y honesto con el deseo femenino; no debería ser inusual que las representaciones de una mujer introduciendo a un hombre a diversos placeres sexuales son dulces y nunca infundidas con una sensación de nerviosismo adolescente o burla condescendiente. No debería ser una rareza que las mujeres -bueno, una mujer- no es un objeto en esta historia, sino un sujeto contradictorio creíble y con defectos. Hay más personajes memorables en la televisión por estos días, por supuesto, pero pocos de ellos se encuentran en dramas ambiciosos que tienen el aspecto de costar un millón (o varios millones) de dólares.
El marido de Claire del siglo XVIII también es una especie de unicornio en el paisaje. Por supuesto, Jamie se ve estupendo en kilt, pero sus cualidades más seductoras no residen en su musculatura, sino en su curioso y abierto corazón. Le gusta aprender de su esposa, ya sea en la cama o en una cena con invitados. Muchas series dramáticas, incluso las posteriores a la Edad de Oro, dejan ver hombres compitiendo con otros; Jamie y Claire trabajan y se desempeñan de igual a igual, aunque a veces ella sea un poco más igual que él, cosa que no molesta a Jamie en lo absoluto. A pesar de que ella es impulsiva y obstinada, la serie no trata de poner su cabeza en la pica por mostrar sus cualidades más espinosas; a veces, de hecho, atrae aún más a los hombres en su vida.
A pesar de que la serie tiene la reputación de ser pícara -y nos divierte en esta temporada con escenas donde vemos juguetes sexuales históricos y los hábitos de aseo personalizados de los aristócratas de la alta sociedad- Outlander jamás ha mostrado sexo solo porque sí. Como en el caso de las canciones de un famoso musical, las relaciones sexuales siempre derivan de un camino recorrido por el personaje y generalmente hace que las relaciones den un paso adelante.
De hecho, el tratamiendo que la serie le da al sexo, realmente va a la par de los sets maravillosamente iluminados y las espectaculares locaciones (es asombroso saber que nada de la nueva temporada fue rodado en Francia; locaciones en Escocia, Inglaterra y la República Checa oficiaron de París en 1740). La manera en que los directores de Outlander enmarcan de manera maravillosa los arcos góticos de un hospital antiguo, el uso de colores y texturas en una tienda parisina abarrotada de hierbas y pociones, y la calidez de una mesa de caoba a la luz de las velas, son todos placeres palpables -y ese es exactamente el punto.
La versión tv de las novelas de Diana Gabaldon está basada en la idea de que la sensualidad no es solo un cable a tierra o una forma de alivio, sino la clave para poder comunicar alegría, dolor, angustia, conexión y belleza. El mensaje que envía la serie es que no puede haber verdadera intimidad cuando los sentidos no están vivos. No recuerdas el diálogo de Outlander, porque la serie, y sus personajes, lo comunican de otra manera.
Conseguir esa conexión es mucho más difícil en la segunda temporada. Hay escenas admirablemente contenidas que muestran a Claire de regreso en Escocia en la década de 1940, y Balfe, cuyo crecimiento como actriz ha sido un placer de observar, capta perfectamente el dolor persistente del personaje con movimientos corporales que rechazan a su esposo moderno, Frank (Tobías Menzies). La manera en que ella se estremece hiere a Frank hasta la médula.
Por su parte, Jamie, con quién ella pasa tiempo en Francia en épocas previas a la revolución, aún sigue lidiando con los efectos posteriores de su secuestro, tortura y violación en la temporada 1, a manos de su némesis británico, el capitán Jonathan "Black Jack" Randall (también interpretado por Menzies). Al igual que Balfe, la confianza y la amplitud de Heughan como actor ha crecido con el tiempo; siempre encantador, ahora ambos tienen herramientas fiables para transmitir la duda y devoción de estos personajes que continuamente se ven obligados a dar saltos de fe.
Es alentador que Outlander dé tiempo y espacio para la recuperación de Jamie, pero solo pone de relieve un preocupante hecho, en el que la serie rara vez se ha detenido a examinar: la necesidad de Claire de procesar las numerosas situaciones en las que ella fue atacada desde que se vio misteriosamente transportada en el tiempo a 1743. En un panorama de televisión en el que ya se muestran un gran número de asaltos sexuales (la mayoría manejados de manera muy pobre), francamente se siente como una exageración que esta presunción deba ser una característica regular de Outlander. Aunque los basamentos de la serie respaldan firmemente la idea del consentimiento entusiasta -entre países e individuos semejantes- los asaltos violentos saltan a la luz una vez más en esta temporada en una escena muy difícil de mirar, y las secuelas de ese momento, que tienen que ver con un personaje secundario, son confusas. El hecho es que Outlander se absuelve de muchas maneras, pero parece no saber como lidiar exactamente con este tema difícil, especialmente cuando los sobrevivientes son del género femenino.
Una de las cosas que la serie es capaz de transmitir de manera admirable en la segunda temporada, es retratar la forma en que gente bien intencionada se aleja de sus fundamentos morales, aún cuando se encuentran a sí mismos rodeados por la apariencia de abundancia y tranquilidad. Si la temporada uno se trataba del camino de Jamie y Claire hacia el verdadero amor (aún cuando el pobre Frank seguía en la búsqueda de su amada esposa desaparecida), este año tenemos a Jamie y Claire profundamente enamorados pero a veces muy en desacuerdo sobre los fines y los medios.
Existe un don picaresco de Outlander que, fuera de la relación de los personajes principales, a veces le impide acumular peso y momento en el tiempo. La narrativa generalmente consiste en cosas que le ocurren a los Frasers, y algunas de esas cosas son más interesantes que otras. Los personajes secundarios y terciarios van y vienen, a veces sin mucho impacto o sin un arco narrativo memorable propio, y adentrados en la segunda temporada, no hay mucho que decir sobre el leal servidor de Jamie, Murtagh (Duncan Lacroix), excepto que es escocés y fiel.
La buena noticia es que entre los actores de reparto se encuentran algunas distracciones muy sabrosas, como si el esplendor visual de Versalles y los gloriosos sets y vestuarios no fueran suficientes. Entre la clase alta vestida de seda se encuentra el rey Luis XV (Lionel Lingelser) al que vemos como a un vago lleno de excéntrica nobleza, y Andrew Gower interpreta deliciosamente a un malcriado y quejumbroso Bonnie Prince Charlie. Simon Callow vuelve a masticar alegremente el escenario como el duque de Sandringham.
Outlander es un cuento circular, con Claire viajando entre dos siglos y dos hombres, y es por eso que, a pesar de que la segunda temporada tiene menos partes lentas y más energía constante que la anterior; es aconsejable abandonar la búsqueda de un momento lineal, y seguir el flujo emocional.
La química y los enfrentamientos de Jamie y Claire son más efectivos que nunca en esta temporada, y Menzies, que interpreta dos personajes completamente diferentes con asombrosa perspicacia y habilidad, sigue siendo el arma secreta de la serie. Solo alguien con un corazón de piedra sería capaz de presenciar los momentos entre Frank y Claire sin un nudo en la garganta, la aproximación veraz y silenciosamente a flor de piel de los actores se mezclan perfectamente para ofrecer algunas de las escenas más desgarradoras y emocionalmente agudas.
Los motivos de esta serie no son sutiles: Los personajes quieren venganza, buscan el amor, quieren proteger a otros, quieren escapar a través de la lujuria o el alcohol, o ambos. Pero la oscuridad y el miedo enhebrado en el tapiz de esta temporada da profundidad y dimensión al núcleo optimista de la serie.
Outlander establece un equilibrio único e inusual: pinta con colores llamativos; y sin embargo es fiel a las complejidades humanas que se pueden sentir, en lugar de ser articuladas.
Fuente/Source: Variety
El marido de Claire del siglo XVIII también es una especie de unicornio en el paisaje. Por supuesto, Jamie se ve estupendo en kilt, pero sus cualidades más seductoras no residen en su musculatura, sino en su curioso y abierto corazón. Le gusta aprender de su esposa, ya sea en la cama o en una cena con invitados. Muchas series dramáticas, incluso las posteriores a la Edad de Oro, dejan ver hombres compitiendo con otros; Jamie y Claire trabajan y se desempeñan de igual a igual, aunque a veces ella sea un poco más igual que él, cosa que no molesta a Jamie en lo absoluto. A pesar de que ella es impulsiva y obstinada, la serie no trata de poner su cabeza en la pica por mostrar sus cualidades más espinosas; a veces, de hecho, atrae aún más a los hombres en su vida.
A pesar de que la serie tiene la reputación de ser pícara -y nos divierte en esta temporada con escenas donde vemos juguetes sexuales históricos y los hábitos de aseo personalizados de los aristócratas de la alta sociedad- Outlander jamás ha mostrado sexo solo porque sí. Como en el caso de las canciones de un famoso musical, las relaciones sexuales siempre derivan de un camino recorrido por el personaje y generalmente hace que las relaciones den un paso adelante.
De hecho, el tratamiendo que la serie le da al sexo, realmente va a la par de los sets maravillosamente iluminados y las espectaculares locaciones (es asombroso saber que nada de la nueva temporada fue rodado en Francia; locaciones en Escocia, Inglaterra y la República Checa oficiaron de París en 1740). La manera en que los directores de Outlander enmarcan de manera maravillosa los arcos góticos de un hospital antiguo, el uso de colores y texturas en una tienda parisina abarrotada de hierbas y pociones, y la calidez de una mesa de caoba a la luz de las velas, son todos placeres palpables -y ese es exactamente el punto.
La versión tv de las novelas de Diana Gabaldon está basada en la idea de que la sensualidad no es solo un cable a tierra o una forma de alivio, sino la clave para poder comunicar alegría, dolor, angustia, conexión y belleza. El mensaje que envía la serie es que no puede haber verdadera intimidad cuando los sentidos no están vivos. No recuerdas el diálogo de Outlander, porque la serie, y sus personajes, lo comunican de otra manera.
Conseguir esa conexión es mucho más difícil en la segunda temporada. Hay escenas admirablemente contenidas que muestran a Claire de regreso en Escocia en la década de 1940, y Balfe, cuyo crecimiento como actriz ha sido un placer de observar, capta perfectamente el dolor persistente del personaje con movimientos corporales que rechazan a su esposo moderno, Frank (Tobías Menzies). La manera en que ella se estremece hiere a Frank hasta la médula.
Por su parte, Jamie, con quién ella pasa tiempo en Francia en épocas previas a la revolución, aún sigue lidiando con los efectos posteriores de su secuestro, tortura y violación en la temporada 1, a manos de su némesis británico, el capitán Jonathan "Black Jack" Randall (también interpretado por Menzies). Al igual que Balfe, la confianza y la amplitud de Heughan como actor ha crecido con el tiempo; siempre encantador, ahora ambos tienen herramientas fiables para transmitir la duda y devoción de estos personajes que continuamente se ven obligados a dar saltos de fe.
Es alentador que Outlander dé tiempo y espacio para la recuperación de Jamie, pero solo pone de relieve un preocupante hecho, en el que la serie rara vez se ha detenido a examinar: la necesidad de Claire de procesar las numerosas situaciones en las que ella fue atacada desde que se vio misteriosamente transportada en el tiempo a 1743. En un panorama de televisión en el que ya se muestran un gran número de asaltos sexuales (la mayoría manejados de manera muy pobre), francamente se siente como una exageración que esta presunción deba ser una característica regular de Outlander. Aunque los basamentos de la serie respaldan firmemente la idea del consentimiento entusiasta -entre países e individuos semejantes- los asaltos violentos saltan a la luz una vez más en esta temporada en una escena muy difícil de mirar, y las secuelas de ese momento, que tienen que ver con un personaje secundario, son confusas. El hecho es que Outlander se absuelve de muchas maneras, pero parece no saber como lidiar exactamente con este tema difícil, especialmente cuando los sobrevivientes son del género femenino.
Una de las cosas que la serie es capaz de transmitir de manera admirable en la segunda temporada, es retratar la forma en que gente bien intencionada se aleja de sus fundamentos morales, aún cuando se encuentran a sí mismos rodeados por la apariencia de abundancia y tranquilidad. Si la temporada uno se trataba del camino de Jamie y Claire hacia el verdadero amor (aún cuando el pobre Frank seguía en la búsqueda de su amada esposa desaparecida), este año tenemos a Jamie y Claire profundamente enamorados pero a veces muy en desacuerdo sobre los fines y los medios.
Existe un don picaresco de Outlander que, fuera de la relación de los personajes principales, a veces le impide acumular peso y momento en el tiempo. La narrativa generalmente consiste en cosas que le ocurren a los Frasers, y algunas de esas cosas son más interesantes que otras. Los personajes secundarios y terciarios van y vienen, a veces sin mucho impacto o sin un arco narrativo memorable propio, y adentrados en la segunda temporada, no hay mucho que decir sobre el leal servidor de Jamie, Murtagh (Duncan Lacroix), excepto que es escocés y fiel.
La buena noticia es que entre los actores de reparto se encuentran algunas distracciones muy sabrosas, como si el esplendor visual de Versalles y los gloriosos sets y vestuarios no fueran suficientes. Entre la clase alta vestida de seda se encuentra el rey Luis XV (Lionel Lingelser) al que vemos como a un vago lleno de excéntrica nobleza, y Andrew Gower interpreta deliciosamente a un malcriado y quejumbroso Bonnie Prince Charlie. Simon Callow vuelve a masticar alegremente el escenario como el duque de Sandringham.
Outlander es un cuento circular, con Claire viajando entre dos siglos y dos hombres, y es por eso que, a pesar de que la segunda temporada tiene menos partes lentas y más energía constante que la anterior; es aconsejable abandonar la búsqueda de un momento lineal, y seguir el flujo emocional.
La química y los enfrentamientos de Jamie y Claire son más efectivos que nunca en esta temporada, y Menzies, que interpreta dos personajes completamente diferentes con asombrosa perspicacia y habilidad, sigue siendo el arma secreta de la serie. Solo alguien con un corazón de piedra sería capaz de presenciar los momentos entre Frank y Claire sin un nudo en la garganta, la aproximación veraz y silenciosamente a flor de piel de los actores se mezclan perfectamente para ofrecer algunas de las escenas más desgarradoras y emocionalmente agudas.
Los motivos de esta serie no son sutiles: Los personajes quieren venganza, buscan el amor, quieren proteger a otros, quieren escapar a través de la lujuria o el alcohol, o ambos. Pero la oscuridad y el miedo enhebrado en el tapiz de esta temporada da profundidad y dimensión al núcleo optimista de la serie.
Outlander establece un equilibrio único e inusual: pinta con colores llamativos; y sin embargo es fiel a las complejidades humanas que se pueden sentir, en lugar de ser articuladas.
Fuente/Source: Variety
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